domingo, 18 de noviembre de 2012

"El elegido" o "La púa de Mollo"

Sus amigos le vienen diciendo hace rato que tiene que ir, que no puede no haber ido nunca. Él sabe que la Aplanadora vale la pena incluso un día de semana, pero justo un jueves, un día antes del parcial... Sus amigos le insisten: es el último teatro del año, es hoy o nunca. Y el pibe entonces acepta y va.

Cuestión que ya en el recital pasan los temas –pasan Regtest, Sisters, Jujuy, Ala Delta, entre otros–, y llega el último: Azulejo, en medio de una euforia colectiva incomparable.

"¡Dale Azulejo!
Se te hace tarde..."

Cuando el final se acerca, Mollo parece irse del escenario, agarra algo de la mesa de los técnicos y vuelve. Púas. Una granada de púas explota en el piso, ahí en el medio, y el pibe, sí, el pibe, que vino a su primer recital y conoció la magia de Divididos esa misma noche, vive su momento.

Ve que las púas se dispersan, está ahí nomás de la explosión. Los pogueros, fanáticos y colgados se abalanzan sobre él, lo empujan, algunos se agachan y tantean el piso. En la confusión, cada uno despliega su estrategia: unos prefieren observar de más arriba y esperan el momento para dar el zarpaso. Es entonces que el pibe tiene un reflejo, un instinto y pisa lo que cree que es una de las púas sagradas.

Los fanáticos, sin embargo, lo ven; no son boludos.

Son menos de cinco segundos y todas las púas se esfuman. Algunos continúan en la búsqueda pero no, ya no hay más, todas fueron tomadas. Sólo queda la púa de debajo de su pie, esa que fue vista. Del pie de "el pibe". Es entonces que las jugadas se suceden más rápidamente: los desesperados fanáticos se le van al humo, algunos lo empujan por arriba, otros le pegan patadas e intentan correr su zapato; todos le enseñan el rigor de la Aplanadora, responden a lo que entienden como un desafío de un novato.

El pibe a todo esto sabe que si cede un centímetro la púa la pierde. Y resiste. Un golpe, dos, tres, cuatro. Bien parado de manos, la púa parece ser suya, parece haber reclamado dueño.

Se siente cerca de la gloria. Sabe lo importante que puede ser para sus amigos. Sabe que, de conseguirla, sus amigos le van a festejar semejante proeza. Sabe, no es tonto, que la púa no es una simple púa, sino LA púa. Lo intuye, lo siente en cada una de las piñas que se comió defendiendo la posición. Pero hay que actuar, también lo sabe. Entonces se decide a levantar el pie muy veloz y precavidamente.

Pero todo de repente se desinfla. Debajo del pie no hay nada. Ni rastros de la púa. Nada. Sólo el frío suelo donde antes hubo pogo, las marcas de una asquerosa suciedad, la huella de su zapato. Los fisuras de al lado tampoco lo pueden creer. Lo miran al pibe como preguntándose qué carajo pasó. Si estaba ahí, la púa estaba ahí, dice uno. Otro se resigna, putea y sigue buscando sin suerte.

Estuve cerca, piensa el pibe, que no entiende cómo se le escapó. De última, la púa para mí no era gran cosa, se dice, intenta convencerse.

Sin embargo, como aspirando a esas putas casualidades, casi sin ganas, levanta su zapatilla derecha y mira la suela. Ahí, debajo de las topper maltratadas durante la noche, pegada en la suela, reluciente, brillante y espléndida está la púa. El pibe la toma, sonríe para él y la levanta con cuidado, algo sucia. Con mucho respeto. Ya no hay nadie a su alrededor.

A la salida, se encuentra con sus amigos.

Agarré la púa de Mollo– dice y levanta el trofeo con duda, con una mezcla de humildad y culpa por un premio que él piensa no merecer. Sus compañeros la miran, observan el tesoro que desprende de su fina blancura uno, dos, tres destellos de luz. Sus amigos entonces lo abrazan, lo miman, lo alaban. No salen del asombro.

El pibe, pura humildad, intenta salir del protagonismo en el que se metió o fue metido por lo que él cree una simpática casualidad: "Es sólo una púa", dice. Sin embargo, sabía cuando se abalanzó antes que todos, cuando se bancó la parada que esa púa era especial. Sabe que lo es. Que es más que una púa.

La púa de Mollo...–, resume uno de sus amigos en voz alta, todavía impresionado, a lo que le sigue un silencio impenetrable.

Tomá, te la regalo– intenta desligarse de semejante tesoro y extiende la mano a uno de sus amigos fanáticos –Tomá, vos te la merecés más que yo. Yo ni sé los temas, quedatela– dice, vocifera casi con preocupación, mientras una gota de sudor se desliza por su frente.

Sin embargo, nadie la agarra. El pibe, desconcertado por la negativa de sus compañeros, por lo que entendía era el mejor regalo del mundo, el más irrechazable entre todos los regalos, vuelve a extender la mano. Sus amigos prueban la tentación, la sienten y sufren en carne propia, pero ya el destino había hablado y decidido otra cosa, lo saben: el grupo nada puede hacer frente a semejante fatalidad y la púa queda, finalmente, en su legítimo portador.

Uno de sus amigos, que le había pegado patadas cuando pisaba con fuerza el elemento sagrado sin darse cuenta que era él, asume la efervescencia colectiva y expresa el sentimiento común : "No hay dudas: sos el elegido".

3 comentarios:

  1. Casi que sentí los golpes y las patadas que tuvo que sufrir el pibe para retener la púa. Será ''solamente una púa'' pero a la vez es LA púa porque la defendió con cuerpo y alma. Y porque es la primera. Yo todavía guardo un palillo de la batería del bordo, que me causó varios moretones conseguirlo.
    Cosas que te hacen sentir vivo, diría.
    Beso grande :)

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  2. Qué lindo descontrol el de la Aplanadora! Nunca agarré nada de lo que tiran en los recitales, nunca me cebó la locura que se genera. Pero obvio que me gustaría tener una púa de Ricardito. Igual tengo un palillo de batería del de los Redondos, que me regalaron. En cuanto a tu pedido, ya se vendrá algo de estos muchachos, no tengas dudas.
    Abrazo grande.

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  3. Florci: absolutamente cosas que te hacen sentir vivo. Cuestión de usar el cuerpo. ¿Así que del bordo? Mirá... Ese amigo que agarró la púa es del palo del bordo, es más: le dijimos que tenía que ir al Teatro porque no podía no conocer. Ahora tenemos que hacer el cambio y cumplir mi palabra: ir a su recital.

    Jere, querido: la primera vez fue con vos. Espero con ansias esas historias. Dale, viejo! con estilo! jaja.

    ...Cuentan quienes estuvieron allí que el pibe cuando levantó el zapato del piso no vio nada y desilusionado se fue. Afuera se encontró con sus amigos y les contó lo que había sucedido. Sus amigos se rieron, escucharon con atención la historia y lo palmearon. "Otra vez será", le dijo uno. El pibe se mordía los labios, había fallado. Las púas le habían caído demasiado cerca para quedarse sin trofeo. Debería haber estado más rápido. Él lo sabe.

    Esperando el bondi, un zapato que le aprieta de más y unos cordones sucios, húmedos y embarrados que deben ser atadas. El pibe que se agacha, los ata y cuando sube tiene una idea: levanta el zapato y allí está, impretérrita, la púa.

    Quiero decir: LA púa.

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