martes, 5 de febrero de 2013

Isidro Velázquez, el bandolerismo y las formas pre-revolucionarias

Imágen del documental "El último sapucai"

¿Cómo interpretar sociológica y políticamente la figura de un bandolero social? ¿Cómo interpretar  socialmente el enfrentamiento de un sólo individuo con toda la institución policial de una provincia del interior y la supervivencia de aquel durante siete largos años? ¿Cómo su desafío a las autoridades y cómo la solidaridad que logra despertar en los sectores populares y rurales y que logra mantenerlo vivo? ¿Es Isidro Vélazquez sólo un campesino rebelde o es algo más? ¿Qué, para el caso?

Nadie sabe a ciencia cierta por qué Velázquez comenzó a ser perseguido por la justicia, lo único indiscutible es que en 1961 es detenido en Chaco y meses después logra fugarse de la comisaría. A partir de allí y con sus 32 años, "este correntino comienza una vida fuera de la ley y durante más de seis años tiene en jaque a toda la policía provincial".

Sin embargo, no importa tanto qué es lo que hicieron Velázquez y su compañero Gauna para desentrañar su figura, sino en lo que aquel se convirtió: "El origen de la violencia policial desatada contra Velázquez es oscuro".

Antes y después, muchos otros en la misma situación. Hobsbawn, en Rebeldes Primitivos, sostiene que el origen de un bandolero es casi siempre una injusticia o una agresión personal a un campesino: "El Estado se interesa por un campesino debido a alguna pequeña infracción de la ley, y éste se echa al campo porque no sabe lo que hará con él un sistema que ni conoce a los campesinos ni los entiende y al que los campesinos no entienden tampoco".

Es el caso de Isidro.

La rápida popularidad en los estratos más pobres de la población hizo de Vélazquez algo más que un delincuente común. Para las masas rurales que lo apoyaron y le dieron escondite, este bandolero capaz de evadir la ley, fue una especie de héroe popular, incluso portador de poderes mágicos (dicen, afirman, que su mirada paralizaba, que su pañuelo de cuatro puntas le indicaba de dónde vendría la patrulla, que su sapucai inmovilizaba y quién sabe cuántas cosas más).


Así, Velázquez fue sujeto de canciones y chamarritas. Él expresaba en acciones lo que muchos sentían pasivamente. ¿Cómo no identificarse con aquel perseguido por la policía, la institución encargada de mantener el orden colonial, el orden que los oprime y explota cotidiana y brutalmente?

El libro mencionado
A través de su libro Isidro Velázquez, Formas prerevolucionarias de la violencia, el sociólogo Roberto Carri busca recuperar su figura a un año de su muerte (el libro fue publicado en 1968) y cuestionar algunos términos y conceptos. "A los Velázquez, igual que a los que en la historia fueron derrotados por la oligarquía, se los observa con simpatía pero se los subestima en cuanto a su capacidad real. Son el pasado y la revolución no pasa por ellos, ni por ellas. Creo que ese planteo es fundamentalmente equivocado", escribe en el prólogo del libro de unas pocas páginas pero que parecieran ser cientas.

En un contexto político agitado, donde la Revolución no era sólo posible en América Latina sino esperable, se trataba de reivindicar una figura que como otras era -¿y es?- vista como primitiva por la academia pero también, y quizás esta es su mayor ruptura, por el sentido común, que a veces puede ser el menos común de los sentidos: "¿No son los delincuentes, en su particular desconocimiento de la ley, los verdaderos políticos de la reformulación social?", se pregunta. Carri, en cambio, ve en este bandolero la rebeldía más pura y genuina. ¿Cómo no detener la mirada allí? ¿Cómo no hacerlo para quienes tienen una verdadera perspectiva crítica y transformadora?

Aún con todas sus limitaciones, y "aunque frente al moderno imperialismo estas rebeliones estén destinadas a fracasar, no pueden ser desmerecidas en su contenido y mucho menos ignoradas por los modernos políticos interesados en cambiar el orden de las cosas", Isidro no importa cómo despierta la solidaridad popular, es ayudado y sus hazañas contadas y festejadas por los trabajadores rurales: "Al rechazar la rígida e inmutable sumisión del nativo concita inmediatamente toda la simpatía popular".

Como Robin Hood, Velázquez retribuye esa solidaridad con dinero y las recompensas ofrecidas por la Sociedad Rural del Chaco y el gobierno provincial resultan inútiles. Al pegar los carteles pidiendo por su entrega, al otro día amanecen cortados o con nuevas insignias: "Velázquez no será entregado". Esa es la proclama. El motivo de su leyenda, el apoyo que concita.

Desprecio y desconocimiento a la legalidad, dos cosas que lo unen con el pueblo.

Volvamos: Carri a sus 28 años y crítico de lo que él denomina como bandolerismo sociológico, así como de las corrientes que poco sirven para interpretar la realidad nacional, rechaza el evolucionismo histórico "calcado de Europa y los Estados Unidos, que hace aparecer como primitivas o prepolíticas a las clases que justamente por ser las más explotadas por el neoimperialismo son las más modernas, las más avanzadas, las únicas para las cuales la superación del sistema imperialista es un problema vital".

Herbert Marcuse, de la escuela de Frankfourt, autor de entre otras obras "El Hombre Unidimensional", había dicho que ya no era el proletariado industrial quien debía encabezar la Revolución: aquel había sido integrado al sistema y ahora tiene mucho más que perder, no sólo sus cadenas. Así, Carri acompaña este planteo y dirige la mirada en el proletariado total, de los cuales Velázquez aparece casi como un fiel representante.

Centrándose en Isidro pero queriendo hablar de los tantos bandoleros anónimos, Carri busca reivindicarlos: Isidro Velázquez, reconoce, no fue un revolucionario, pero sí un rebelde, y no uno primitivo, rechazando la categoría de Hobsbawn y criticándole su mirada peyorativa y racionalista sobre estos bandoleros sociales. Si bien comparte con este último autor mucho de sus argumentos, enfatiza una ruptura; si bien coinciden en las limitaciones obvias de un bandolero (su absoluto individualismo, su vulnerabilidad ante una persecución sistemática, en fin, su aislamiento), allí donde Hobsbawn ve salvajismo, Roberto Carri ve grandeza: "...porque expresa que, de la sociedad oficial y sus políticos el pueblo no puede, y siente que no puede, esperar nada".

Para repetir: como dice el título: formas pre-revolucionarias, pero no primitivas.

Ni salvajes.

Ni pre-políticas.

La esperanza de cambio hay que encontrarla, parece seguir a Marcuse, en la pobreza más pobre, allí donde las miradas académicas y positivistas no se dirigen; para transformar la sociedad el partido político moderno, la organización en sindicatos no deben ser -ni son- las únicas herramientas para el cambio social.

Siendo optimista: en el más puro desconocimiento de la ley hay una legalidad naciente.

Horacio González anota en el prólogo del libro que para el autor "los episodios de bandolerismo protagonizados por Velázquez anticipaban las luchas de los pueblos coloniales y dependientes contra el imperialismo, y -ya sé- hoy no tenemos dónde situar una frase así, derrotada por el contexto al que sólo escapan las frases clásicas o las frases trágicas".

Pero vale su (re)lectura.

Continuando la historia de Isidro, fue finalmente en 1967 que cayó a manos de la policía, emboscado en uno de los caminos que lo llevaban al asalto del Banco Nación, su próximo y ambicioso objetivo. Fue, en ese entonces, el periodismo el encargado de jugarle la mala pasada haciéndole llegar por los diarios que las autoridades creían que su ubicación era otra. Sólo así pudieron derrotarlo, confiado en un aparente fácil triunfo. Poco tiempo antes, el llamado Operativo Silencio, que había contado con 800 efectivos, había sido rebautizado por las gentes del Chaco como Operativo Fracaso.

Velázquez para ese entonces, y como dijimos, era más que un delincuente común. Identificado con el pueblo, su clandestinidad y burlas a la policía -cuentan que dejaba cartas en los sitios donde sabía irían a buscarlo en vano, entre otras cosas- lo habían convertido en un ejemplo peligroso para unos; un símbolo para otros.

Una resistencia.

Tras su captura y muerte el 1° de diciembre de 1967, a pesar de las prohibiciones desfiles populares se sucedieron y la fecha fue convertida en feriado por las autoridades "como un triunfo del orden contra la anarquía y la barbarie". Como una revancha, una venganza o un aviso, el día se convierte en el de la Policía del Chaco.

"Ya no está Isidro Velázquez,
la brigada lo ha alcanzado,
y junto a Vicente Gauna,
hay dos sueños sepultados" 
(El último sapucai, chamamé de Oscar Valles)

Roberto Carri figura entre las páginas del Nunca Más. Fue desaparecido en 1977. El libro Isidro Velázquez, Formas prerevolucionarias de la violencia fue escrito a los apurones, apremiado por el contexto agitado de la época y por el primer aniversario de la muerte de Velázquez, en 1968.

"Las rebeliones espontáneas de sectores del pueblo, formas violentas de protesta que no adoptan manifiestamente un contenido político pero que indudablemente lo tienen".



3 comentarios:

  1. Muy interesante. Encontré su blog a través de Segunda Cita. Saludos!

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  2. ¡Gracias compañeros! A mí también me resulta muy interesante, de ahí que me puse a escribir y lo subí. Qué bueno les haya pasado lo mismo.

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