domingo, 25 de noviembre de 2012

Respuesta de un amigo sereno

(en respuesta a Carta de un amigo desesperado)

Queridísimo Migue:

Antes que nada, quería felicitarte por lo de Martita, no es fácil la convivencia, lo sabemos. Segundo, quiero aclararte que tu carta más que preocuparme me hizo reír. Seguís siendo el mismo obsesivo de siempre.

Los problemas por los que están pasando, lejos de ser excepcionales, son absolutamente normales. Que te alarmes en exceso es normal, así que tranquilo. Te entiendo; no dudo que le estés dando todo el cariño que Martita precisa, pero quizás, y esto debí habértelo aclarado antes... un cariño excesivo también puede entorpecer las cosas.

Sí, debí habértelo dicho: Martita, como toda mujer, -porque eso es lo que es Martita en definitiva, una mujer a la que hay que cuidar, proteger y amar-, necesita cariño pero no que estés todo el día encima, como te imagino... Dale su libertad, respetale sus tiempos. No te encimes como un pesado, es lo peor que podés hacer. Dale aire, no la asfixies. Dejala ser y crecer como ella quiera.

Yo creo que, por más mal que ande el asunto, no hay que perder la esperanza. Te soy sincero, creo que tanto cariño, tanto cuidado, finalmente va a rendir sus frutos. Ahora sólo queda ser paciente, nada más que paciente. Y no te martirices, pudiste haber estado muy encima, pudiste haberla regado de más, haberle hablado de más, pudiste no demostrarle todo lo que la querías, pudiste ser el peor compañero, pero recordá siempre que las relaciones se construyen de a dos, nunca de a uno, esto tenelo bien en cuenta.

Pudo haber sido el mal clima, sí, en eso tenés razón. Quizás debiste haberla entrado, por más que tu novia se entere de que había otra... por más de que tus padres se dieran definitivamente cuenta. Creo que ese era un riesgo que había que correr, las circunstancias lo ameritaban. Pero sé lo duro que a veces sos con este tema, cuánto te cuesta y lo celosa que es tu chica, así que el pasado pisado está. Ahora miremos para adelante.

En fin, lo último que quería decirte y escuchame -leeme- con atención en esto, es que todos nos preocupamos, a todos se nos caen gotas de sudor la primera vez que lo hacemos, pero está todo bien, no todo tiene que salir perfecto. Mejor dicho, nada te va a salir perfecto, eso te lo aseguro. Ni bien quizás, Martita no va a ser lo que esperás, pero ahí está la magia. Será, como siempre, lo que tiene que ser, no más... ni menos.

El vínculo entre vos y Martita nunca podrá repetirse, aunque lo intentes... Así que disfrutala mientras puedas, no te preocupes de más. Como tu mejor amigo te recomiendo: ¡dejá de pedir consejos! Y que sea lo que la primera vez quiera que sea. Que fluya, Migue, que fluya...

Te deseo lo mejor. Siempre, tu gran amigo Rober.

pd: recordá que, como dijo Neruda, es tan corto el amor y es tan largo el olvido (si lo sabremos, carajo)

domingo, 18 de noviembre de 2012

"El elegido" o "La púa de Mollo"

Sus amigos le vienen diciendo hace rato que tiene que ir, que no puede no haber ido nunca. Él sabe que la Aplanadora vale la pena incluso un día de semana, pero justo un jueves, un día antes del parcial... Sus amigos le insisten: es el último teatro del año, es hoy o nunca. Y el pibe entonces acepta y va.

Cuestión que ya en el recital pasan los temas –pasan Regtest, Sisters, Jujuy, Ala Delta, entre otros–, y llega el último: Azulejo, en medio de una euforia colectiva incomparable.

"¡Dale Azulejo!
Se te hace tarde..."

Cuando el final se acerca, Mollo parece irse del escenario, agarra algo de la mesa de los técnicos y vuelve. Púas. Una granada de púas explota en el piso, ahí en el medio, y el pibe, sí, el pibe, que vino a su primer recital y conoció la magia de Divididos esa misma noche, vive su momento.

Ve que las púas se dispersan, está ahí nomás de la explosión. Los pogueros, fanáticos y colgados se abalanzan sobre él, lo empujan, algunos se agachan y tantean el piso. En la confusión, cada uno despliega su estrategia: unos prefieren observar de más arriba y esperan el momento para dar el zarpaso. Es entonces que el pibe tiene un reflejo, un instinto y pisa lo que cree que es una de las púas sagradas.

Los fanáticos, sin embargo, lo ven; no son boludos.

Son menos de cinco segundos y todas las púas se esfuman. Algunos continúan en la búsqueda pero no, ya no hay más, todas fueron tomadas. Sólo queda la púa de debajo de su pie, esa que fue vista. Del pie de "el pibe". Es entonces que las jugadas se suceden más rápidamente: los desesperados fanáticos se le van al humo, algunos lo empujan por arriba, otros le pegan patadas e intentan correr su zapato; todos le enseñan el rigor de la Aplanadora, responden a lo que entienden como un desafío de un novato.

El pibe a todo esto sabe que si cede un centímetro la púa la pierde. Y resiste. Un golpe, dos, tres, cuatro. Bien parado de manos, la púa parece ser suya, parece haber reclamado dueño.

Se siente cerca de la gloria. Sabe lo importante que puede ser para sus amigos. Sabe que, de conseguirla, sus amigos le van a festejar semejante proeza. Sabe, no es tonto, que la púa no es una simple púa, sino LA púa. Lo intuye, lo siente en cada una de las piñas que se comió defendiendo la posición. Pero hay que actuar, también lo sabe. Entonces se decide a levantar el pie muy veloz y precavidamente.

Pero todo de repente se desinfla. Debajo del pie no hay nada. Ni rastros de la púa. Nada. Sólo el frío suelo donde antes hubo pogo, las marcas de una asquerosa suciedad, la huella de su zapato. Los fisuras de al lado tampoco lo pueden creer. Lo miran al pibe como preguntándose qué carajo pasó. Si estaba ahí, la púa estaba ahí, dice uno. Otro se resigna, putea y sigue buscando sin suerte.

Estuve cerca, piensa el pibe, que no entiende cómo se le escapó. De última, la púa para mí no era gran cosa, se dice, intenta convencerse.

Sin embargo, como aspirando a esas putas casualidades, casi sin ganas, levanta su zapatilla derecha y mira la suela. Ahí, debajo de las topper maltratadas durante la noche, pegada en la suela, reluciente, brillante y espléndida está la púa. El pibe la toma, sonríe para él y la levanta con cuidado, algo sucia. Con mucho respeto. Ya no hay nadie a su alrededor.

A la salida, se encuentra con sus amigos.

Agarré la púa de Mollo– dice y levanta el trofeo con duda, con una mezcla de humildad y culpa por un premio que él piensa no merecer. Sus compañeros la miran, observan el tesoro que desprende de su fina blancura uno, dos, tres destellos de luz. Sus amigos entonces lo abrazan, lo miman, lo alaban. No salen del asombro.

El pibe, pura humildad, intenta salir del protagonismo en el que se metió o fue metido por lo que él cree una simpática casualidad: "Es sólo una púa", dice. Sin embargo, sabía cuando se abalanzó antes que todos, cuando se bancó la parada que esa púa era especial. Sabe que lo es. Que es más que una púa.

La púa de Mollo...–, resume uno de sus amigos en voz alta, todavía impresionado, a lo que le sigue un silencio impenetrable.

Tomá, te la regalo– intenta desligarse de semejante tesoro y extiende la mano a uno de sus amigos fanáticos –Tomá, vos te la merecés más que yo. Yo ni sé los temas, quedatela– dice, vocifera casi con preocupación, mientras una gota de sudor se desliza por su frente.

Sin embargo, nadie la agarra. El pibe, desconcertado por la negativa de sus compañeros, por lo que entendía era el mejor regalo del mundo, el más irrechazable entre todos los regalos, vuelve a extender la mano. Sus amigos prueban la tentación, la sienten y sufren en carne propia, pero ya el destino había hablado y decidido otra cosa, lo saben: el grupo nada puede hacer frente a semejante fatalidad y la púa queda, finalmente, en su legítimo portador.

Uno de sus amigos, que le había pegado patadas cuando pisaba con fuerza el elemento sagrado sin darse cuenta que era él, asume la efervescencia colectiva y expresa el sentimiento común : "No hay dudas: sos el elegido".

domingo, 11 de noviembre de 2012

El Trinche, un nombre de extraña sonoridad

El Trinche, uno de los siete hijos de un inmigrante yugoslavo
Del Trinche no hay videos, casi no hay imágenes. No hay goles ni figuran sus gambetas. Del Trinche no hay, casi, archivo alguno; ni en diarios ni revistas. Sobreviven apenas unos recortes viejos y amarillos en alguna vieja biblioteca de una redacción antigua... Pero tampoco hacen falta. Porque el Trinche, en Rosario, es leyenda.

En la capital del fútbol de Argentina, el Trinche vive en cada bar, en cada discusión sobre fútbol. El Trinche no necesita de video alguno, vive en las calles rosarinas, puro recuerdo, pura nostalgia. Su nombre nadie lo recuerda, pero no importa: como él no hubo ni habrá ninguno. Sí el apellido: el trinche Carlovich, con "c" o con "k", con acento en la última sílaba, carlovich, o en la del medio, carlóvich, no importa. El nombre cambia pero no la cosa.

Vive en las paredes
Tampoco hay coincidencias en su manera de jugar ni en sus goles, pero todos acuerdan dos cosas: primero, que el Trinche es el mejor, y segundo: que si hay alguien hoy que se le pueda parecer, ese es Juan Román Riquelme.

En las calles principales de la Ciudad, todos lo saben, hasta los más pequeños: no hubo ni habrá nadie como él. Hasta los ciegos parecieran saberlo y estar completamente fuera de duda: "¿Como el Trinche? Imposible". Ni Messi se le compara, afirman quienes lo vieron jugar. O sea todos. Ni Maradona tenía sus movimientos. Es que el Trinche, si hubiese querido, podría haber sido el mejor de todos los tiempos. Pero no quiso. Eso se dice: que no quiso. Y eso, al revés de disminuirlo, lo hace más grande.

Enorme.

Gigante.

"Eligió otro camino, qué se le va a hacer", repiten sus fanáticos que son los fanáticos del fútbol potrero y de la pelota de cuero. "Para el Trinche el fútbol no era un negocio, jugaba para divertirse, jugaba por pasión, algo que hoy no existe". Poca o nula disciplina, llegadas tarde a los entrenamientos, jamás una concentración y disfrutar del partido, eso es el Trinche: "Jugador de potrero, típico jugador de barrio, de calle de tierra".




Olvidado por los grandes libros, por los grandes diarios, el ídolo rosarino cuenta con un extraño mérito: es quizás el único emblema que une tanto a leprosos como canallas, algo que no es fácil... Como señala Menotti, rosarino y referente de la corriente del buen fútbol en el país, "el Trinche forma parte de la iconografía de la Ciudad".

Es curioso: el mejor de todos los tiempos para Rosario, para todos esos viejos que respiran fútbol, no se lució en Europa, no jugó mundiales en Japón ni viajó por el mundo, no, nada de eso. El Trinche se lució acá; un sólo partido jugó en Primera, con la camiseta de Rosario Central.

Su lugar era otro: Central Córdoba. Allí deslumbró, jugó e hizo jugar, ganó un ascenso y llegó a ser convocado para un partido amistoso de los mejores de la provincia contra la selección que se preparaba para el Mundial de 1974; cinco jugadores por Newell's, cinco por Rosario Central y él, el distinto. Tres a cero terminó el primer tiempo y, cuentan, el técnico argentino pidió porfavor que sacasen al Trinche, que con la 5 estaba dirigiendo un verdadero baile. Pero ya no había vuelta atrás: cuatro a uno terminó el partido y el Trinche demostró lo que era. Los diarios deliraron por él. La selección nacional se había rendido a sus pies.
Su casa: los tablones que lo vieron crecer.

Ese día, Carlovich dejó allí patentada su jugada, esa que hacía todas las semanas jugando para los Charrúas: el doble caño. Él comentó después: "Tiré un caño y cuando el defensor se dio vuelta le tiré otro. Lo hacia seguido, aunque ese día la cancha se venía abajo. Fue la única vez que se abrazaron los de Newell's y los de Central".

Gracias al boca en boca, que es como se hacen grandes los grandes, el Trinche nunca dejará de ser pura magia. Un jugador creativo, como dicen. El inventor del taco y el caño de ida y vuelta.

"Es cierto que me sentaba en la pelota durante el partido. Pero no era una provocación. Por ahí ellos no presionaban y yo estaba un poco cansado". Así vivía y sentía el fútbol. "Mi principal virtud era querer la pelota a cada rato. Si no la tenía me desesperaba".

En internet un anónimo comenta: "Yo lo vi a jugar a Carlovich. Partido contra colegiales. Tres o cuatros plateistas lo insultaban sin parar. Carlovich para una pelota de pecho en el medio campo, pisa la pelota y espera que se la vengan a sacar. Cuando uno intenta marcarlo, tira un sombrero, hace dos pasos y la para con elegancia. Levanta la cabeza y mira hacia donde estaban esos tres o cuatros que lo insultaban. Esa jugada fue la devolución a los insultos, una muestra de su categoria. De eso no me puedo olvidar".

El Diego, cuando llegó a la ciudad santafesina en 1993 para jugar en Newell's lo dijo también, lo reconoció: "Yo creía que era el mejor, pero desde que llegué a Rosario escuché maravillas de un tal Carlovich, así que ya no sé... Me dijeron que la dejaba así de chiquitita"

Sin embargo, él lo sabe y lo dice cuando las cámaras lo buscan: él no fue una rareza, un superdotado que no pudo demostrar, como dicen algunos periodistas.

El Trinche Carlovich, en cambio, y él lo repite una y otra vez, sólo fue uno más del montón.

El Trinche, de crack a leyenda: "Típico jugador de barrio".

martes, 6 de noviembre de 2012

Carta de un amigo desesperado

Querido Rober:

Te envío esta carta porque estoy desesperado, y confío en que vos podrás ayudarme como tantas otras veces. Como siempre. Es por Martita.

Sí, no dudo en que te lo imaginaste cuando viste el sobre... Sí, otra vez Martita, qué querés... Pero esta vez es en serio. Necesito que me escuches -que me leas- con atención. Y que me aconsejes. Yo sé que vos la tenés clara en esto y, creo, sos el único que puede darme una mano en este momento. Esta vez va en serio...

Es que la noto decaída. Te lo digo ahora pero ya van como dos semanas. O más. Vos lo sabés, vos ya nos vistes. No sé si fue de un día para el otro, creo que no. Tampoco sé si hubo algo preciso que le hizo mal, algo que yo hice o algo que le molestó, realmente no lo sé. Pero está mal, y se le nota. Y se nos nota.

Está decaída, como deprimida, no sé como explicarte, la tenés que ver... pero ya no es lo mismo. Se le nota a la legua, ni siquiera es que lo note yo porque la miro diariamente como a nadie. Me lo han dicho amigos que la conocen desde mucho antes y ven exactamente lo mismo: la cosa cambió. No es que las cosas antes estaban bárbaro, es cierto, lo reconozco -vos lo sabés muy bien-, pero no es de lejos la cuestión como podría ser antes, cuando nadie se daba cuenta, ahora las cosas no están bien, y, como te digo, se nota. No hace faltar ser un especialista en estos temas, lo notan hasta los pibes, mirá lo que te digo, hasta los pibes que son unos bestias. Ellos también la ven distinta, rara; como distante. Como si algo raro le hubiese sucedido...

Y yo estoy destruido, te imaginarás. Literalmente, Rober. Sin matices.

Sé que lo primero que me vas a preguntar es si le estoy demostrando todo mi cariño, toda mi preocupación, y la respuesta es que sí. Te hago caso en ese sentido. Es más, estas semanas le dediqué el doble de tiempo, la cuidé como nunca y le hablé de la manera más cariñosa que pude y que puedo, le dije todo lo que la quería y todo lo que la necesitaba, pero no hay caso: Martita, creo yo, ya ni me escucha.

¿Es que Martita ya no me quiere?

Y esto es lo que más me aterra, lo más grave del asunto. Puedo decirle lo que se me ocurra, puedo decirle las palabras más bonitas, recitarle los versos más lindos, cantarle los viajes más felices, puedo decirle hasta que la amo, mirá lo que te digo, que para Martita va a ser igual, exactamente lo mismo. Hasta le canté, Rober, ¡le canté con la guitarra! Imaginate... el fantasma de canterville, rasguña las piedras, le metí pepe lui también, después algo de los beatles que siempre a ella le gustaron tanto, let it be y toda la gilada, pero nada. Nada, Rober, ¿entendés? Nada de nada.

Ni una mueca, ni un gesto. La nada misma, Rober, la nada misma.

...Pienso que quizás pudo haber sido el clima, que hace dos semanas la pobre Martita viene sufriendo, pero tampoco es que hubo tormenta, sólo un poco de viento y un buen aguacero. ¿Creés que pudo haber sido eso? 

Espero que sepas entender la situación por la que estoy pasando, y seas comprensivo con la respuesta. 

Te mando un abrazo enorme.

Tu amigo de siempre, Migue.