sábado, 27 de octubre de 2012

"Soy quien vos crees que soy, pero diferente"

Decía un profesor, en un tono casi poético, romántico, acerca de los sesenta-setenta: “El destino de las armas no era una fatalidad, pero sí una alternativa política más, fruto de los condicionantes locales e internacionales. El camino de las armas era un camino plausible, ni glorioso ni absurdo sino entendible en el contexto de la época”.

Fuerte, para cualquiera que vivió la mayor parte de su vida dentro del menemismo, en el más absoluto neoliberalismo, apatía política e individualismo.



.La película desarrolla una enseñanza de las ciencias sociales y la utiliza de manera impecable: más de treinta años después, la película no busca destacar buenos y estigmatizar supuestos malos, sino adentrarse en las decisiones y elecciones de aquellos que actuaron en ese entonces. De aquellos que actuaron, portaron armas, tiraron tiros y murieron pero también festejaron y amaron.

Y crecieron, como el protagonista principal del film, Juan, desde cuyo punto de vista se reconstruye su infancia, pero también, y a través suyo, la historia de una generación, una época y un país.


Como otras películas argentinas, el film de Ávila transcurre durante la dictadura, en el año 1979, y tiene como trasfondo la decisión, errada políticamente o no, cada uno evaluará (la película no busca ponerla en discusión, pero sí al menos sobre la mesa), por parte de Montoneros de lanzar la "contraofensiva", proponiendo una guerra total al régimen que se creía, ya estaba en retirada y en decadencia.

Algo que la abuela, siempre en el país, descreerá: "No entiendo por qué volvieron al país, justo en este momento".

Imposible que las lágrimas no se escurran durante la narración, algo que sin embargo ocurre nunca por golpes bajos, sino por las actuaciones brillantes de los actores y los abrazos de sus protagonistas. Para el desprevenido, el ingenuo, o el que poco ha preguntado, las tavicaciones lo sorprenderán, la jerarquía militar le parecerá exegerada y el "están cantando", quizás una pelotudez. Las citas fallidas, una extraña cuestión. Los exilios, una rareza. Pero nada estará exgerado, todo esto pasó.

Para otros, tristemente -una tristeza profunda, casi indescriptible-, la película será una más, de un discurso y un proyecto hegemónico, mentiroso y manipulador. Una película argentina, otra más que transcurre durante la dictadura, que nada agrega y machaca sobre algo que "ya pasó", como si ir para adelante no implicase, también, y cada vez más, ir para atrás.

Quizás, el llanto, la piel de gallina en los más jóvenes, o por lo menos en mí, se deba -como lei de Jose Natanson- al recuerdo de etapas que no vivimos, de derrotas que no sufrimos y tragedias que no atravesamos, pero que sin embargo nos constituyen y tenemos, queramos o no, como mochila en la espalda.

Dos diálogos brillantes: el de la madre (Natalia Oreiro) con la abuela (Cristina Vanegas) y el del padre (César Troncoso) con el tío (Ernesto Alterio).

En definitiva, es la historia de Ernesto, un pibe que crece con todo esto alrededor, que mira sus primeras tetas, que da su primer beso, se masturba y se enamora por primera vez en este contexto frío. La historia de muchos, la historia del hermano del director.

(Si alguien aún no la vio, deje de leer en este preciso momento).




La duda es eterna, la contradicción es eterna: ¿somos lo que hicieron de nosotros? ¿somos lo que decidimos ser? ¿Somos lo que nos dejaron? La última escena tiene el mérito de quedarse ahí por semanas, preguntándonos y cuestionándonos quién carajo somos y por qué.

Cuando la abuela pregunta, la respuesta del protagonista es un flechazo a cada uno de los espectadores:

-Soy Ernesto.

-Soy Juan.

Podría responder, pero el muchacho elige la segunda.

¿Elige?

¿Su respuesta es un fracaso político?

Quien les escribe piensa que por ahí Juan y Ernesto, Ernesto y Juan, porque las dos cosas son él, algo que no podrá cambiar jamás, podría haber respondido:

-Soy yo.

Pero no. Soy Juan, dice.

***

"La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos".

Los fantasmas del pasado, inevitablemente, estarán allí. Los cientos de compañeros, también. En la sala, en cada uno de los presentes. La película no es una que pueda verse sentado desde casa un día de lluvia. Es una que amerita, precisa y a la vez resulta una experiencia colectiva.

Muchos, en la sala, llorarán como chicos. Recuerdos raros, uno se imagina. El que no lo vivió. Tristes, pero también quizás, y tras la película, algunos felices. Algunos besos, algunos amores, algunas caricias, algunos asados.

Pero más allá de todo, la película transmite por sobre todas las cosas amor. Amor entre los hermanos, entre la abuela y la madre, amor en los sueños. Amor como transmite el tío que pareciera ser Cámpora en el 73, cuando le dice al pibe que en definitiva "no hay nada en el mundo mejor que las minas" y que el amor no es más que eso.

Maní con chocolate.

domingo, 14 de octubre de 2012

Patas arriba

En 1976 Argentina debe al extranjero 6.700 millones de dólares.

Siete años después Argentina debe al extranjero 46.500 millones de dólares.

Pero no está sola. La acompañan todos sus vecinos.

En 1975 América Latina toda debe al extranjero 45.000 millones de dólares.

Siete años después América Latina toda debe al extranjero 333.000 millones de dólares.

Décadas más tarde, la tendencia continúa. El monto no disminuye ni se mantiene; América Latina toda debe al extranjero 782.000 millones de dólares.

Entre 1982 y el 2001, sin embargo, toda la región, como buena deudora, paga a sus acreedores -entre los que se encuentran el FMI, el Banco Mundial, el Club de París y otros- más del doble de lo que adeuda: 1 billón 700.000 millones de dólares.

Pero nada cambia. Toda América Latina sigue presa de un sistema financiero que la ahorca y asfixia cada vez que resulta necesario. Como buen jardinero, el sistema económico mundial sabe que cuando el pasto crece, hay que podar. La deuda externa y sus intereses son el instrumento perfecto, gran descubrimiento de la macroeconomía.

A través del estrangulamiento fiscal, las economías latinoamericanas deben aceptar. 

Y aceptan.

Primero aconsejando, después imponiendo, los organismos como el FMI y el Banco Mundial continúan con su festín a lo largo de los noventas.

Lo consolidan.

El neoliberalismo, un nuevo arte de gobierno, les permite la entrada. Es el momento de la modernización, la eficiencia y el tan ansiado achicamiento estatal.

Dicen.

Esta vez, no fue necesario ningún militar corrupto ni ningún coronel cipayo. Con los políticos fue suficiente: las dictaduras militares de años atrás ya habían preparado el terreno... El sufragio universal, entonces, bastó. Fue el cómplice perfecto.

En Argentina, la Ley de Reforma del Estado y la Ley de Emergencia Económica, ambas de 1989 y promulgadas en democracia, dieron vía libre a las privatizaciones. Así, mercados exquisitos fueron prácticamente regalados al gran capital concentrado interno y multinacional: teléfonos, gas, aviones... y la lista es larga.

Mientras tanto, "Achicar el Estado es agrandar la Nación", decía Álvaro Alsogaray. Los medios reproducían el discurso. Muchos eran parte de la fiesta.

Las calificadoras de riesgo, grandes actores de esta comparsa, de esta gran timba internacional, cobran por sus diagnósticos precisos: Argentina, a pesar de su cuantiosa deuda, nunca fue, ni será, un país seguro para realizar inversiones; la mano de obra es cara, los gobiernos inestables y la inflación persistente. Es que en Argentina, país dependiente, periférico, subdesarrollado, economía en desarrollo, tercer mundo -los términos se modifican, la realidad muy poco- no hay largo plazo. Pero eso no importa: si hay liquidez, qué mejor que un país "en vías de desarrollo" para atarlo.

Veinte años después, Moody's, una de las más influyentes vedettes a nivel mundial, continúa en los primeros planos internacionales. Sus diagnósticos continúan cotizando en millones. Nadie le cuestiona no haber advertido lo que sucedería en la Unión Europea misma, en países como Grecia, Portugal, y España, cuyas economías se desploman hoy como castillos de naipes...

Ahora sí, ¡bienvenidos! Porque para saber a dónde vamos hay que saber de dónde venimos...
unaradioenelmar