miércoles, 5 de diciembre de 2012

El invicto de la costa o Los Imbatibles de la arena

Llevábamos diez días en la costa. Cargábamos el peso -y el goce- de siete partidos de playa invictos. Contra pibes del interior, de Córdoba y Santa fe, también chilenos y porteños. A todos les habíamos ganado. Nos creíamos los dioses de la playa, los imbatibles de la arena.

Es que no había rival que nos hiciese partido. Podíamos empezar perdiendo por uno o dos goles pero después remontábamos y terminábamos todos felices en el mar, de noche y con mosquitos o en uno de esos tantos atardeceres que vio al equipo lucirse y luego cagarse de frío sin toallas luego de una sumergida en el mar.



En arena húmeda, ahí cerquita de las olas o lejos, bien lejos, donde la arena está seca y las pantorrillas pesan más de lo habitual... No importaba la superficie; el equipo rendía. Hasta cuando practicábamos tirábamos magia.


Fue faltando dos días para volvernos a la triste Capital que nos encontramos con el rival: "Nueve contra nueve y con arquero", casi que ordenaron del otro lado los muchachos. Estaba claro: no era, ni pretendía ser, una propuesta. Así que a cara de perro y con gusto, aceptamos. Pusimos las sillas como palos y ahí, cerquita del muelle, el partido se armó. La pelota la pusieron ellos, símbolo de supremacía, elemento psicológico a tener en cuenta: la pelota era suya, ellos ponían el balón.

Confiados, aceptamos el "desafío", aunque -lo sabíamos- no teníamos opción: ¿de qué invicto nos íbamos a jactar después si rechazábamos ese reto? ¿A quién le podríamos contar después que mantuvimos el honor si arrugábamos en el último encuentro? Había que jugar y ganar. No había opción.


En los primeros minutos nos dimos cuenta: eran ellos los rivales que esperábamos. No eran vecinos del Mercosur, no eran porteñitos ni pibes del interior; eran locales; gente de la costa, acostumbrada a la arena, al sol implacable de todo un día de playa y al juego brusco entre las olas que iban y venían inflexiblemente. Jugaban con los "trucos" de la pelota en el aire y el juego combinado con el agua y la arena en los ojos.

Inmediatamente nos miramos. Eran el primer equipo digno.

Uno a cero abrieron el marcador y se nos venía la noche. Realmente se venía la noche. Lo sabíamos: si el partido seguía en derrota y el sol se esfumaba por el horizonte, el invicto se terminaba, y con él las vacaciones y nuestra pretemporada, la mayor de nuestras anécdotas y el orgullo de un rendimiento poco antes visto...

Nada de jogo bonito, entonces. No hizo falta decirnos nada, ni gritarnos que había que poner. Tan sólo mirarnos bastó para salir a dejar lo que había que dejar, es decir, todo. Gabino empezó a correr lo que tenía que correr, abajo Groso despejó y no dejó pasar jugador con pelota, Javo empezó a ser ese mediocampista aguerrido que quita y sale jugando, etctétera.





En una jugada algo sucia, rebote va, rebote viene, logramos el empate. El gol nadie recuerda de quién fue, pero todos nos acordamos del momento. Como si de un gol en el último minuto se tratara, lo gritamos y cerramos los puños. Los rivales lo entendían: no era un partido cualquiera, no era un partido más. No éramos nosotros los de la segunda quincena recién llegaditos...

Con el uno a uno el sol estaba cayendo, quedaba poco tiempo para darlo de vuelta, lo que era algo que incluso veíamos difícil. Pero los pibes no podían permitirse empatar con estos porteños, así que salieron con toda. Nosotros hacíamos lo que podíamos, pero cada vez más aguantarlo se hacía más complicado. A ellos se los veía más frescos, estábamos casi entregados. La noche, encima, se hacía esperar. Los de arriba estábamos muertos, el medio ya no cortaba y se jugaba directa y exclusivamente en nuestro campo.

Fue entonces cuando Groso hizo, consciente o inconscientemente, lo que había que hacer. Cuando el ocho rival sin remera se escapaba por la banda, salió a cortar y se llevó puesto pelota tobillo y todo junto y así un gemido interrumpió el partido y el graznido de las gaviotas que revoloteaban cerca del muelle. Como un lamento, un grito de muerte, y tras un instante, el jugador que quedaba tirado inmóvil en el suelo. "Fui a la pelota", se defendía Groso, mientras levantaba una de las manos y se retiraba pretenciosamente inocente a nuestro arco. Nosotros que nos acercábamos al jugador pero éste que seguía sin moverse. "¿Estás bien?", "¿Qué te pasa?", le preguntábamos pero no había respuesta y así, saboreábamos el pronto final. A los cinco minutos, logramos entre todos levantarlo y sus amigos decidieron llevarlo al hospital. El empate, así, resultaba nuestra victoria. Cuando caía la noche y el mar pedía a gritos el último y quizás más merecido de los chapusones, el partido debía suspenderse. Con amabilidad y una lesión infortunada (o no tanto), el encuentro terminaba en empate. Y el invicto seguía de nuestro lado.

"Buen partido, che", "Buen partido", "Chau", "Suerte", y así se despedían los equipos.


Con este último encuentro, el equipo terminaba su pretemporada, alcanzaba el récord de ocho partidos invictos sin conocer la derrota y zafaba de lo que hubiese sido la decepción más terrible. Para quienes sostienen que los empates no se festejan, ya en el mar y sin oídos rivales, la opinión era general y compartida: "¡Cómo zafamos la puta madre!".

En la cena de ese día, los pibes sabíamos que debíamos agasajarnos, y como la economía no andaba en camioneta sino en monopatín, debimos recurrir, otra vez y sin quejas, a unos buenos fideos con una buena salsa picantona, hecha por los cocineros especiales y curiosamente improvisados de Choclo y el Mati.




¡Qué sabor! ¡Qué olores! ¡Qué fragancias! Aunque tomamos juguito tang y gaseosa manaos sabor lima.limón, nos atrevimos a brindar por la pretemporada, las viejas amistades, las nuevas y otro nuevo viaje en familia.


Uñas encarnadas, pies rojos y heridos, tobillos a la miseria fue el resultado de la jornada. Todo para poder comentar, en el próximo asado -y en todos los siguientes: "¡Qué equipo el de la costa!".

3 comentarios:

  1. Muy buen relato!! Jaja me alegro que hayan podido disfrutar de algo así

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  2. Esa foto blanco y negro casi que me pianta un lagrimón.
    Los felicito por ese invicto y esa cena de fideos debió haber sido un exito.

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  3. jajaja qué genial, costa y amigos, futbol y comida, esas son las buenas cosas de la vida. admito que siempre los envidié un poco por tener ese espacio del futbol donde se entienden tan bien
    un besi :)




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