lunes, 17 de diciembre de 2012

El desquite que debo

Aún en nuestros peores momentos, nunca me chupaste un huevo. Siempre te dije todo lo que hice y sentía, siempre con la verdad y siempre de frente (algo que debo admitir: quizás aprendí sólo con el tiempo...).

Cuando las dudas fueron más que las certezas, cuando no nos dábamos besos durante el día pero por la noche nos acostábamos juntos, cuando simulábamos ambos estar lejos, bien lejos, independientes el uno del otro, y sin embargo... seguíamos cerca, ahí, en todas estas situaciones siempre te hablé, sincero, sin vueltas. Aún cuando no me haya manejado bien, aún cuando no haya sido el mejor, todo lo que hice y dije fue pensando en vos. Hasta en las decisiones más difíciles, estabas primero vos.

Mi temor al lado tuyo no era grande, ni muchos, pero siempre fue el mismo: hacerme vulnerable -una vez me había pasado...-. Necesitaba estar seguro. De mí, pero también de vos. ¿Sobre todo de vos? No sé.

Y sin decidirlo, lo fui. Me hice pequeño, chiquitito. Dejé de ser esa roca que acostumbraba ser. Esa roca que, hay que decirlo, logró acercarse a vos, que no era poca cosa. Porque fue un logro, sí. No sólo lograr acercarme, digo, sino lograr que vos misma consideres un logro que la roca se acerque a vos y no a otra. Es que la roca te quería, sí; la roca te quiso. Y mucho.

Consciente o inconscientemente, aposté. De alguna extraña manera, confié. ¿Cambié?

Y en ese momento dejé de ser yo el dueño que siempre había sido de la relación. Te entregué el rol, te lo cedí. En bandeja y con moño, todo tuyo. Y tan necio, ciego y débil fui que no entendí tus señales, tus mañas, tus gestos. Ni tus ojos, que creía siempre comprender a la perfección. (Es más: a la distancia, con un mundo o varios separándonos, sigo creyendo que nunca perdí, ni perderé -¿no será mucho?- ese don).

Cuestión que nada fue igual de tu parte:

Pudiste venir a casa sin importarte familia, mis cosas ni nada. Cojer, lo único que te importaba (como si no hubieses tenido un chico al lado...). Comer algo juntos y acostarnos, sin importar la hora, el día, nada. Sin importarte. De última, la clandestinidad era cara pero entendible, pensaba yo. Pero cómo podías venir con marcas en el cuello sin que nada te importara, cómo podías venir y yo no echarte a patadas y hasta quizás insultarte. Cómo hacerlo, si estaba, como te digo, chiquito, pequeño, casi diminuto. Cómo, si quería obligarme a confiar en vos, a confiar ciegamente en vos por primera vez. Aún en los momentos más difíciles y confusos, te tocaba a vos esta vez ser sincera, herir, como puede suceder, pero con cuidado. Herir sutilmente como quien no desea matar pero lo sabe necesario...

Cómo pudiste haberme pedido esas visitas al médico; cómo pudiste dejar que las fechas coincidan con el día después de ese miércoles en el que te diste cuenta que no, o en el que no te diste cuenta pero me lo dijiste, que para el caso es lo mismo...

Cómo no darme cuenta, cuando me citaste a cuadras extrañas y esquinas sin gente para que nadie te viera otra vez con él. Con él, que era yo.

Tan sólo señales coherentes, palabras claras -aunque no las tuvieses; esta vez te tocaba a vos ser más fuerte-. Asumir el rol. Intentarlo.

Al menos intentarlo.

Pero no importa. Tuviste la oportunidad de redimirte: tan sólo tenías que expresar en palabras todo eso que sentías por dentro; todo eso que expresabas en acciones, en descuidos, olvidos y miradas desatentas. Tenías tan sólo que decirme que no, que yo ya no era. Tenías que dejarme ir. Pero no, tampoco de eso fuiste capaz: "Sé que te voy a amar para siempre", dijiste y volteaste, con ese pantalón apretado, la carterita marrón que te hacía sentir una mujer y el alivio de ¿estar diciendo la verdad? No lo sé, ni ya importa, sólo quise expresar en palabras esta carta que nunca te entregaré pero que quedará naufragando aquí, como en una botella de vino tinto vacía que juega con las olas y recorre océanos y mares durante siglos y quizás milenios sin más sentido que poseer una diminuta y extraña existencia en algún lugar del universo.


pd: volver hacia atrás es díficil. Me refiero a estos pocos párrafos, aunque pueda extenderse a todo lo demás. Volver hacia atrás del texto es difícil, digo, pero en el primer paréntesis del primer párrafo está contenido todo lo que en última instancia pienso: "Algo que debo admitir: quizás aprendí sólo con el tiempo". Es que entre rencores, amores, y estas cuestiones, a pesar de esas últimas palabras que debiste cuidar, esos descuidos que yo no supe leer, sé que en algún punto nada puedo reprocharte; te pedía que te manejes como una mujer cuando recién aprendías a serlo, cuando yo también había tardado en comportarme como un hombre.

2 comentarios:

  1. siempre nos perdemos y nos volvemos frágiles cuando nos enamoramos, es hermoso y triste a la vez...quizá se necesiten muchas de estas experiencias para aprender a amar más sanamente. Muy lindo el texto, sobre todo el final, muy cierto, es el hacernos responsables del efecto que pueden producir nuestras acciones lo que nos hace madurar y entender mejor las cosas
    un beso daro :)

    ResponderEliminar
  2. Ufff, dificil. Triste sobre todo. No sé, son palabras llenas de muchas sensaciones diferentes, por momentos me dan ganas de ir a golpearla a la piba por descuidarte de esa forma, de herirte tan descaradamente. Y vos, una ves vulnerable ya todas las fichas las tiene ella, es obvio que le ibas a abrir la puerta, iban a pasar el rato y acostarse. Es inevitable.
    Sí, es dificil volver atras pero yo creo que es mas que importante hacerlo. Volver y fijarte como y donde estas ahora. Volver, siempre volver para avanzar.
    Muy hermosa esta entrada, me tocó en lo más profundo.
    Beso grande, Darito.

    ResponderEliminar