jueves, 28 de mayo de 2015

Por Todo Espacio, Por Este Tiempo

El libro cambió de forma al llegar a Buenos Aires. Cambió el papel, el precio -de un dólar pasó a 20-, y hasta la tapa. Silvio se hizo más protagonista, apareció en la portada y hasta algunos lo llaman "su" libro... "que no es lo mismo, pero es igual". 

Por Todo Espacio, Por Todo Tiempo fue presentado en el Centro Cultural Néstor Kirchner, empezó a tener nueva vida y a recorrer nuevos mundos. Un libro lleno de ternura y de amor, hecho y pensado para intervenir, con espíritu crítico, con denuncia, en una realidad que no es la que se quiere pero ahí está.

"Un mundo mejor es posible y hacia ese camino, vamos, querido Silvio", le dio la bienvenida Teresa al gran trovador, otra vez en Buenos Aires, otra vez como en casa.

"Lo que evidencia este libro no es más que la oportunidad tremenda que yo he tenido junto con Alejandro Ramírez y el resto del equipo que acompañamos a Silvio en los barrios de estar muy cerca de este proyecto, de poder ser testigos privilegiados", dijo Mónica Imilia, coautora encargada del texto y las crónicas, y aclaró que no hay ciencia en el libro sino apenas "nuestra propio testimonio", porque "la verdad está afuera, está en los barrios. Esto pretende ser apenas un acercamiento, una ventana, un cuento personal de lo que hemos vivido".

"Esta gira es del tamaño de un solo gesto perdido entre el público, en una multitud en la oscuridad, un gesto inadvertido, solitario, repetido acaso mil veces", leyó segundos después. Por Todo Espacio muestra los dos primeros años de una gira "interminable" que ya acaricia los cinco pirulos; la "magia" que sucede cuando Silvio llega y monta un concierto en un rinconcito olvidado de la gran ciudad.

No hubo preguntas, se debatió poco sobre el por qué de la gira, la necesidad del material, el por qué del momento. Pero hubo pinceladas, trazos apenitas de una lectura -y una aventura- que "puede no ser o ser", allá uno.

Aliverti, curioso encargado de la "mediación", eligió una cita del prólogo del libro de crónicas y fotos para arrancar la velada. No tiene desperdicio. Dice Fernando Martínez Heredia:

“Silvio ha puesto en práctica esta iniciativa desde una clara posición revolucionaria, en la que, por tanto, no hay lugar para la condescendencia ni la donación. Les lleva regalos maravillosos a esas comunidades tan necesitadas y desvalidas que son un serio indicador de deterioro de nuestro cuerpo social, pero esos dones no vienen para resolver sus carencias materiales. Son aportes a su espíritu, a lo que tiene de superior todo ser humano, a la autoestima, la alegría y el placer, a la cohesión de los vecinos y la pacificación de la existencia".

"Parten de la interlocución, la confianza y la fraternidad. En este tiempo en que el egoísmo, el conservadurismo, la aceptación de las desigualdades sociales y el afán de lucro ganan terreno en nuestro país y pretenden vestirse de alternativa, la Gira por los barrios es un formidable testimonio de lo mejor que hemos construido entre todos: darse y recibir, sin que medie ningún interés material. En los términos de Silvio: de amar y ser amado”. 

Mucho se puede escribir sobre las historias, la actualidad cubana, y mucho se está escribiendo en estos días, pero no habrá mejor síntesis que la de la propia autora. En las primeras páginas, entre razones y motivos, un párrafo entero de Mónica, imposible de partir en pedazitos -imposible de partir en dos-, y un poquito de la realidad cubana, aquí, en Latinoamérica, tan lejos pero a la vez tan cerca, tan hermanos pero a la vez tan distintos.

"En un solar cubano conviven un profesor y un vendedor ambulante, un custodio y un ingeniero, un artista y un auxiliar de limpieza; pueden ser incluso la misma persona. En otras latitudes, tales personajes no suelen tener paredes en común. Ni sus hijos crecen juntos. Todo parece indicar que al menos en ese aspecto no se trata de una versión de los tangueriles uruguayos, las villas miserias argentinas, las favelas brasileñas o cualquier otro paraje conocido en el mundo en calidad de barrio malo o marginal. Poseen no obstante índices de violencia altos y en ellos hay luchadores sin alternativas más o menos cuestionables, que comparten espacio cotidiano con los consagrados al trabajo, que hacen sacrificios indiscutiblemente grandes y ganan escasos ingresos por honradez”. 

..."No suelen tener paredes en común. Ni sus hijos crecen juntos".

De las plazas a las cárceles, de las cárceles a los barrios, y de los barrios al Centro Cultural Néstor Kirchner; el camino lo trajo a Silvio Rodríguez otra vez a la Argentina.

Pan y circo, le dicen algunos. 

Silvio: "Dejo lo que me corresponde dejar. A mí, a cualquier artista: puentes, líneas que se entrecruzan, que nos vinculan y se encienden a la vez, que nos muestran lo humanamente útiles que podemos ser".





jueves, 14 de mayo de 2015

Negros de mierda

Sólo los bosteros entendemos qué pasó hace un rato. Sólo nosotros, los que sabemos cómo en un par de años, en un par de éxitos, la cancha y la fiesta popular cambió.

Sólo nosotros, que entendemos qué pasó con esas salidas memorables, llenas de folclore verdadero, llenas de carnaval y de murga. Que sabemos cuándo La Bombonera empezó a cambiar, que entendemos esas pintadas cercanas al templo: “Que el pueblo vuelva a la cancha”.

Porque en un momento empezó la exclusión. Con el discurso de la seguridad y la prevención a veces, con el del mérito otras, ya no hizo falta hacer una fila, levantarse temprano, ir a la boletería y pagar tu entrada. Tenías que ser socio. Tener un carnet. Asegurarle una cuota al Presidente para poder pasar.

“Cartonero”, le dijo el Diego y nuestro máximo ídolo resignó gritar un gol ante el eterno rival para que escuchara a la hinchada, para que la sintiera.

Con ese ídolo crecimos. Viajamos, desde nuestras casas, por el mundo. Festejamos en el Obelisco, conocimos la rebeldía en cualquier cancha, pero también la humildad. De la mano del fútbol, conocimos y nos conoció el mundo. Aprendimos la bandera de Japón.

Pero el ídolo se fue, lo echaron. Lo echaron como a los hinchas. Por guita, vos te tenés que ir. El Diez sufrió el exilio.

Nosotros también. A los pibes nos pasó lo mismo, pero nos quedamos. A dónde íbamos a ir.

Con el verso de la seguridad, de normas y reglamentaciones mundiales, europeas, internacionales o todo eso junto, la popular se hizo platea y el hincha, socio. Tienen que estar todos sentados, fue primero el verso. Pero el medio quedó intachable. La segunda bandeja, leal. Socia.

Fueron pasando los años, el Jefe puso un delfín, que resultó un tesorero, el máximo enemigo de quien lo había desafiado. Y como en la mismísima Ciudad, ni rápido ni perezoso, el delfín aprendió: construiremos una Bombonera gigante para que ningún socio se quede afuera. ¡Haremos del Club un Club social!

Llegaron las corporaciones, las entradas a los turistas, las salidas del equipo cada vez más ajenas, más frías. Ni el Boca, mi buen amigo, del minuto 0, se escucharía ya como un grito único. La Bombonera cambió el Boca oro por el Boca Sinteplast, se cambiaron los carteles de las puertas del estadio por publicidad. Los jugadores amigos del rebelde, afuera.

Y llegó el socio adherente, para completar. Otra mentira para recaudar. Y hasta se cavaron pozos al costado de la cancha para meter, cada vez más, guita, no gente.

Y así, de la mano de una Bombonera corrompida, de un templo profanado, se empezó a perder sin equipo. Hasta desfilaron los ídolos, siempre únicos responsables. Mientras los de arriba manejaban la billetera y el marketing, siempre con grandes balances, midiendo qué decir en la tele de acuerdo a lo que dictaban las encuestas (como harán seguramente hoy, tras el bochorno: basta de violencia, y vaciarán el significante, apropiándoselo y haciendo los deberes frente a la televisión).

Hasta tuvieron suerte de que un tipo desde Europa quiso venir a cumplir su sueño. Pero censurado: “Una pregunta fuera de lugar y se termina la nota”.

Pero no hubo –no hay– caso.

Ayer se escribió, por un gil y una responsabilidad, una de las historias más tristes en la cancha de Boca. Una vergüenza. Por lo sucedido, pero también por la falta de respuestas; por el bochorno, pero también por la incapacidad después.

Inmediatamente, el lugar común: negros de mierda. Putos. Cagones. Bolivianos.

Y les hubiese encantado a muchos que haya quilombo, que se pudra, como pedía el periodista de Fox desde la impunidad del micrófono al tiempo que la televisión mostraba imágenes de la tribuna desde donde vino el quilombo, popular de socios, debajo de La 12: “¿A dónde está la policía? Yo me pregunto por qué no está la policía ahí despejando ese sector”.

¿Traducción? Repre. La conocemos, pero no lo dijo.

En otro canal se resaltaba la actitud de las decenas de miles de hinchas que, aún sin entender qué pasaba, daban media vuelta y se iban, injustamente. Por un gil. Y la negligencia de los directivos.

Después, El equipo –el Equipo- falló, el director técnico también; y el ídolo faltó.

Me hubiese gustado verlo a Román ahí, haciéndose cargo como se hizo siempre, pero más me hubiese gustado verlo ayer, en la mediocridad de burócratas y cómplices, de futbolistas y dirigentes, pero también de las estructuras mafiosas que manejan el negocio que es el fútbol.

Osvaldo tímidamente se acercó al banco rival, pero ahí quedó. Arruabarrena seguía en la suya. D’Onofrio insinuó pararlo todo, pero paró. Y me lo imaginé a Román asumiendo la que le tocó siempre, aún sin tener la cinta: ser el capitán. Así no se puede seguir, mirar a la tribuna, en silencio, desafiándola… como antes al Patrón. Sin importar las publicidades, los tiempos, el resultado.

Faltó esa dignidad, faltó el ídolo.

Y la responsabilidad de que no esté, como la de evitar lo que pasó, como la de garantizar la verdadera seguridad, como la de poner el derecho de admisión, como la de tomar la decisión después del papelón, como la de no haberla asumido, es política. Y tiene nombre y apellido: Angelici.

No hubo un solo incidente afuera. A pesar de la vergüenza, los bochornos y el papelón, nada.

Y el día después, la interpretación en disputa.

“Este es el país que  tenemos, la sociedad que tenemos”. Inadaptados sociales. “Negros de mierda, putos. Cagones”. Los lugares comunes de siempre.

Pero nosotros lo sabemos bien. Esto no es Boca.


lunes, 14 de julio de 2014

Cerrar la herida


Suena el pitazo a través de la tele. Terminó el partido. 122 minutos después. Se acabó. No va más. Alemania campeón, Argentina segunda. Duele, lastima. No hay nada que hacer. Nos miramos a los ojos. Algunos se tapan las caras con las dos manos, otro palmea al compañero. Un silencio dura años. Hasta que uno se le anima: “La puta madre que lo parió”.

Algunos se paran, salen al balcón. Es de noche ahí afuera. El tipo que estaba izando la bandera en la terraza de una torre de 14 pisos ya no está. En diagonal, el balcón del octavo está vacío.

Era un estadio ese mismo lugar en el entretiempo. Los ecos retumbaban, aparecían de allá y de acá, los pájaros volaban, desconcertados.

Otros se quedarán quietos un rato más, tratando de explicar por qué no, qué pasó, qué nos pasó, “si estuvimos tan cerca…”.

Pasan dos, tres, minutos más. Muchos seguimos mirando la pantalla. “¡Qué gol de mierda!”. La corrida de Schurrle por la izquierda no se borra y encima la tele la repite una y otra vez, la misma escena. “Faltaba tan poquito, tan poquito la puta madre".

Hay varios que todavía no reaccionamos. Un abrazo duele pero reconforta

– Qué cerca estuvimos… qué cerca estuvimos.

– Y bueno, dejamos todo.

Latorre se escucha a lo lejos y parece dar en el clavo, en lo más hondo: “Se perdió en equipo”. Tiene razón, el tipo. Once fieras.

Argentina recibe la medalla, Messi otro trofeo más, nosotros aplaudimos, los alemanes aplauden. Los alemanes, que nos dejaron afuera en el 2006 en los penales, que en el 2010 nos golearon y que le metieron 7 a Brasil y querían hacerles 10 más. Merkel está ahí. Los alemanes que…

¿Y ahora qué? Todos en el balcón, nos lo preguntamos. Alguno agarra la coca, otro la birra, parecen las 12 de la noche pero son apenas las 7 y media. Un grito lejano retumba en las medianeras y sube como un remolino, como una tromba: “Qué importa Argentina, ¡brasilero vos te comiste siete!”. Nos sonreímos y festejamos.

– ¿Y ahora qué hacemos?

– Vamos todos juntos, no sé.

– Vamos al Obelisco, ya fue, vamos a caminar.

Salimos. La calle. Uno vuelve a la pensión, otro se va con su novia. Quedamos once. Un grupo pasa en frente de fiesta, con gorro, bandera y bincha, y cerveza: “Brasil, decime que…”. Sale. Cantamos el himno.

El partido no terminó. Hay que cerrar la herida o la ilusión, no sé. Mientras, nos damos manija:

– No puede ser que perdimos. No puedo explicar lo que siento.

Diálogos y consuelos increíbles, los mejores en mucho tiempo. Irrepetibles, únicos. Una amiga responde:

– Es que no tiene palabras.

Llegamos a Santa Fe, se tira la de ir hasta Corrientes pero la corriente nos lleva. Apenas pasan autos. Una mano de la avenida es un río de gente que avanza como un torrente. “El que no salta, ¡es alemán!”, gritan unas pibas que pasan corriendo y saltando, pero las voces de los cánticos ya no son de tristeza o desazón, sino de otra cosa. Por allá se prenden con el cántico; por acá se prenden uno.

Pasa un 106, lleno. El bondi salta, va a los brincos. “Esto en Alemania no pasa ni en pedo”. Le sigue un insulto que le da potencia a la frase. Hay un tipo disfrazado del papa, unas chicas le piden foto, el tipo las abraza, y otro se desquita: “Francisco, andá a la reputísima madre que te parió”. Así, seco, el hombre sigue su marcha, altura Ayacucho.

Cada vez más cerca, más gente, menos autos, más bocinazos y trompetas.

– Eu, doblamos ahora

– Dale, dale, vamos a Corrientes

– Vamo’, vamo’

Giramos en Rodríguez Peña. 10 cuadras de paz. Noche oscura, poca gente, el partido vuelve como un eco que resiste y no se irá fácilmente. Que quizás hasta no se irá jamás.

– Lo perdimos en una que nos desconcentramos – dice uno y la charla no tiene fin: que cuántas nos erramos; que era nuestro, sí; que lo tuvimos; que lo dejamos pasar; que…

Qué bronca, qué bronca por Di María. Era de él la final, era suya. Fideo, si sos lo más grande que hay, digo en voz alta.

Corrientes. La calle completamente nuestra. Unos vienen, otros van. Algunos están decididamente alegres, a otros la caminata les pesa pero la marcha sigue como una peregrinación. Hay cámaras, banderas. Se venden pósters de Neymar, birra a quince pé. Nosotros, ahí vamos. Si no hay fuerzas o razones para cantar, alguna mirada te contagia.

Llegamos al Obelisco. Acá estamos. Nos detenemos. Nos miramos. La jarra gira. Lo que era pesadez ahora es: y bueno, acá llegamos, qué le vamos a hacer.

– Y si ganábamos, imagínate lo que era esto – ¿Derrota? Hay gente por todos lados. ¿Fracaso? Fiesta.

Decidimos seguir. Vamos por el costadito. Una bandera en la pared, fácil diez metros por tres: “La gloria es nuestra, le paramos la pelota a los buitres”. ¿Es así? ¿Griesa falló a favor? ¿La gloria es nuestra? Brasil perdió 7 a 1.

– Brasiiilll, decime…

Una palmada en el hombro, mi amigo Gabino.

– Che, ¿desde la sociología se intenta explicar todo esto? ¿Hay manera de explicarlo?

– Hay mucho, seguro. Es romper con la idea de que la economía lo determina todo. Es una locura, pero son las mentes, las mentes y cómo están trabajadas las cabezas. Todo pasa por acá, por acá. Hay algo religioso en todo esto.

– Posta… es una religión, el fútbol es una religión.

La pregunta me deja pensando. Todos detrás del símbolo. Ficciones, dijo una eminencia por los medios. Ficciones que son realidad, que son materia. Que se hacen cuerpo.

Acá estamos. En La Meca.

Logramos atravesar la vereda, pasamos un kiosco de revistas y una imagen se queda grabada. Hombre y mujer, veintipico, treinta años, bebé en brazos, tatuajes, gorrita, un cochecito viejo con otro pibe adentro y una vincha de la celeste y blanca. La familia vino quién sabe desde dónde, pero acá están, acá estamos. Ellos están quietos, miran para un lado, para el otro, de repente cantan. El pibe duerme.

Vamos Argentina, carajo. Uno pasa el vino, otro lucha con la tuca. Está peleado. Como Argentina-Holanda, como Argentina-Alemania. ¿Cómo Argentina-Alemania? La puta madre, ¡qué cerca estuvimos!

Diez minutos...

¡Diez minutos!

“Hay que saltar, hay que saltar, el que no salta, es alemán”, el grito sube una, dos veces, tres. En la tercera el cántico afloja, parece que está pronto a su fin, pero en el comienzo de la cuarta toma un giro inesperado, como la bocha de Messi contra Irán, como el rebote en el palo contra Suiza, como la… (ay, ¿serán ya solo recuerdos?): “El que no salta, es un inglés, el que no salta es un inglés”. Fiesta, delirio; la cosa toma ritmo. No da la vista, no da el corazón. Las personitas se convierten en una masa coordinada de saltos y empujones. El que no salta, es un inglés, el partido no terminó.

Un amigo se aparece, justo ahí, delante, entre la marea. Me mira fijo, lo miro. Me sonríe. Lo abrazo. Fuerte, interminable. Infinitamente. Nos vimos y nos vemos poco, pero hay un cariño ahí muy grande. Un respeto lindo.

– ¡Qué cerca estuvimos, la puta madre!

– Boludo, no lo puedo creer, no lo puedo creer – dice quebrado y se lleva la cara a la mano, se refriega los ojos avidriados – Vine solo, no sabía qué hacer.

– Esto, chabón, esto. Estar acá. Qué grande. ¿Y? Tuvimos tantas, ¡tuvimos tantas!

– ¡Lo perdimos nosotros!

Nos volvemos a mirar profundamente, hay un silencio entre nosotros, alrededor quilombo, bombo, bocinas…

– La de Palacio, la de Higuaín...

– ¡La de Messi!

– La de Messi…

Nos quedamos callados un instante, por primera vez sonreímos.

– Viejo, voy a seguir caminando – ¿O dando vueltas, me dijo? No me acuerdo. Un abrazo y se va y se pierde en segundos.

Vuelvo con los pibes. Hay que dar la vuelta; la vuelta al Obelisco.

– Vamos.

– ¿Vamos?

– ¡Vamos a dar la vuelta! ¿para qué estamos acá? – suelta y acompaña el Gabo, grande Gabo.

Sale la vuelta: barro, empujones, fiesta aquí y allá, manos y brazos en movimiento, cánticos nuevos, calor, color, agite, aliento, vamos Argentina. No importa nada. Suena: “A Messi lo van a ver, la Copa que va a traer...”, y hay como un respiro, por un instante todo se detiene y ahí sí, todos de pie: “Maradona es más grande que Pelé”.

¡Vamos Diego, carajo!

Seguimos caminando. En 30 metros nos perdemos entre cinco y seis veces. Que vamos por acá, por allá, que por acá es imposible pasar. Hay un cordón, algo raro. Vuela una piña, también una botella. Hacemos la de Rojo a Robben, la de Messi a la defensa suiza y tiramos la diagonal.

Alejados dos pasos, la música sigue. Hay 20 subidos a las rejas, no se para un segundo. Cuanto más cerca, más hay que alentar. Los brazos se agitan con las últimas fuerzas, pero todavía queda resto.

Listo, acá estamos. Nos miramos. Cantamos. Queda solo birra. Aparecen dos amigas, en bici.

– Nos cambió la cara, esto es una locura – Y una hermosa. Había que cerrar esta herida o esta ilusión, o bajar, o subir, no sé, no lo sé. Vamos Argentina.

Las saludamos, nos ponemos en ronda. Quedamos cuatro. Mascherano, Rojo, Romero y Di María.

El aire es otro, después de la vuelta. Algo cambió.

– Qué bueno que vinimos, loco.

Es momento de volver, ya está. Cumplimos, hicimos el rito pagano. Es hora de volver a casa, cuando de repente, un empujón nos tira para atrás. Segundos después, otro, más grande. La gente se corre, no se entiende qué pasa. Trato de entender: solo veo una cabeza, un tipo en cuero con una botella en la mano, corriendo. Nada más. "Corrámonos". Nos corremos. Parece el mismo tumulto que en el otro lado pero mucha más gente. Decidimos irnos.

Éramos 30 en el departamento de la abuela de un amigo; 11 arrancamos y acá estamos, los últimos 4. Emprendemos el regreso, los pensamientos van y vienen, y hasta se contradicen: que no importa, que lo perdimos nosotros, que podríamos...

El celular de Fede interrumpe. Es su novia. Preocupada, nos cuenta lo que están pasando por la tele: gases e incidentes. No lo podemos creer. Si era un fiesta.

Termino de escribir esto a la noche. Mascherano seguramente dejó la frase del Mundial: "Quiero dejar de comer mierda". Por mi parte, llegué a casa, no quise mirar ni prender nada y me puse a escribir, hermosa terapia, tratando de entender, en vano, qué carajo había pasado, qué carajo había terminado. Lo que viví en el Obelisco fue una fiesta, esa era la única certeza. Y me quedo con la charla, eterna, con mi amigo Pipa.

– Y bueno, esto nos dio el Mundial: volver a vernos, volver a juntarnos, los asados…

Y tenía razón, sin dudas tenía razon. Pero ¿y si ganábamos, y si ganábamos Pipita?

Foto: Contra Luz Fotografía / Colectivo Fotográfico

lunes, 20 de mayo de 2013

Primera clase

El profesor llega pasadas las y cuarto, no dice hola ni nada.

-Saquen todos las cosas de sus bolsillos. Pónganlas arriba de sus asientos.

Algunos dudan, otros obedecen.

El profesor deja pasar otros segundos hasta que todos lo hacen.

-Mírense, seguramente todos sacaron las mismas cosas.

Llaves y billetera, los alumnos se miran.

-Llaves y billetera, y seguramente ahora celular. Tres cosas. ¿Alguien no las comparte?

-Yo no uso billetera- dice uno. Otro dice no tener celular.

-Piensen en las primeras dos. Dos relaciones sociales en las que todos estamos inmersos: la propiedad y el dinero. Y mírense las muñecas, o piensen en las muñecas de sus padres y abuelos y miren sus aparatos electrónicos y vean otro elemento más: el tiempo. El tiempo, el dinero, y la propiedad privada, les aseguro que todas nuestras vidas están y estarán atravesadas de comienzo a fin por estos tres ejes. Ustedes dos, no crean que no teniéndolos están fuera.

Algunos murmullos.

-El celular como aparato es nuevo. Además del tiempo, entonces la comunicación. Quizás su necesidad. Piensen en cada uno de sus instantes. Las redes sociales, la información permanente. El estar permanentemente conectados. "Online", domo dicen ahora-

La pronunciación es rústica. Intencionadamente rústica.Algunas risas y rostros serios.

-La información permanente... Ni hablemos de la ropa, la moda, sus mismos deseos. Piensen en sus regularidades como grupo, en qué cosas comparten y qué cosas no. Todas cuestiones que tienen como blanco central, como objetivo, al cuerpo y sus usos; todas cuestiones que merecen ser pensadas y repensadas. Eso es lo que intentaremos hacer aquí, modesta y humildemente. Acuérdense, se trata siempre del cuerpo...

sábado, 4 de mayo de 2013

En mi calle



Tema impresionante, concebido en 1967. Esta versión es de 16 años después: en 1983 y en el Teatro Nacional de la Habana, sala Avellaneda. Silvio festejaba no tener la necesidad de cantar en Cuba temas como el Unicornio, Ojalá y esas yerbas. El cd entero de ese día -que en realidad no es un cd, sino una grabación de mediana calidad- es una joyita de la música y la trova.

...Si yo no viviera en la ciudad,
quizás vería el árbol sucio
donde iba yo a jugar.

En mi calle de silencio está
y va pasando por mi lado,
es un recuerdo desigual... 

viernes, 19 de abril de 2013

El futuro... ya llegó

En el “mejor partido de la jornada”, según palabras del mismísimo árbitro, las Hijas de Gepetto y Hasta la Victoria’s Secret se sacaron fuego y protagonizaron un gran espectáculo para todos los presentes. Fue uno a uno y así el torneo femenino demostró todo su fútbol.


A punto de desplomarme en uno de los improvisados bancos de cemento que rodean la canchita, con las ganas de observar hoy, y por fin para mí, el primer partido del torneo femenino, algo que por horarios de los partidos aún no había podido hacer, Sofía me llama por mi nombre y su rostro es claro: hay que cubrir un bache. 0

La duda me sobreviene, le digo palabras confusas, que sí, que no, pero ella se adelanta, sabe que está en ventaja: “Yo estoy cubriendo este pero ahora tengo que ir a entrar en calor”, dice con cierto profesionalismo. Finalmente acepto. Saco el cuaderno, una birome y anoto los equipos, algo que después admito voy a tener que agradecer por el desarrollo del juego… Pero vayamos de a poco: de un lado, las Hijas de Gepetto presentan ante el pedido del improvisado cronista una lista de 12 jugadoras; Hasta la Victoria’sSecret, una de 8 nombres, todos con sus respectivos números. Es así que la cantidad, prolijidad y disposición para anotar los equipos me sorprende gratamente.

Los nombres de los equipos, nuevos para mí, empiezan a tomar color: Hasta la Victoria es el equipo puntero, las ya míticas jugadores de Platense, que vienen demoliendo rivales; Las Hijas de Gepetto, el conjunto rosa, quizás el más glamoroso del torneo, que de un baldazo de agua fría en el debut pasó a un empate y hoy encara su tercer partido con expectativas renovadas aunque con el cuidado de saber que enfrente están “las mejores”.

Pero antes, siguiendo la propuesta de Sofita (y acá imagínense linkeada su crónica), atrevámonos a la pregunta ¿qué implica la entrada de las mujeres en nuestro querido campo de deportes?

Sin dudas, no sólo el campo sino el fútbol entero se trata de un lugar históricamente de “ellos”. La aparición este año, y hay que decirlo: no por arte de magia ni por repentina y generosa decisión de los organizadores, de un torneo femenino empieza o avanza en demoler fronteras culturales tontas. De repente, todos nos dimos cuenta que el fútbol se jugaba en silencio y con cierto pudor por las muchachas. ¿Quién no escuchó alguna vez de una compañera el “sí, siempre fui medio pibe” ante el enterarnos de su clandestino amor por la pelota? Se ve que el fútbol, entonces, no es propiedad de nadie y que el campo ahora es más nuestro que nunca. Igualmente Sofita, las compañeras deberán comprender a quienes nos sintamos algo dolidos por observar que una mujer le pega irremediablemente mejor que nosotros, o que defina técnicamente mejor o peor: que simplemente ponga más “huevos” en la cancha… ¡Son siglos de desigualdad! Lo que está sucediendo en el campito no es joda…

Pero vamos ahora sí a los hechos.

En la previa la tensión, un silencio que nadie se anima a cortar, es el marco. Hay olor y promesa de partidazo. Veremos. El árbitro, motivo de comentarios por lo bajo entre las mujeres (no hace falta más que ver los títulos de las notas de esta fecha para corroborarlo), que hoy vio sangre en un párpado femenino y luego fue requerido para tomarse unas fotografías (¡!), suena el silbato y el partido comienza.

Empieza mejor Hasta la Victoria, Jimena Ávalos intenta de lejos en una de las primeras pero la 89 Sole, una de las figuras del conjunto rosa-frutilla-chicle, rechaza al córner. El centro llega a la 9 Sofi Schiariti que casi logra conectar pero no tiene suerte. En la siguiente, la misma 9 intenta la pisadita en el área pero recibe la marca atenta y rigorosa de la número 2 rosa: Magda.

En estos primeros instantes los equipos aún no se encuentran. ¿Nervios quizás? Con hinchada, dts y una tribuna repleta, colorida y muy bulliciosa, la tensión del público se traslada a las jugadoras. El silencio y la tranquilidad del comienzo ceden ante un ritmo frenético y sin descanso.

En eso, la arquera Leila Simsolo tiene la pelota e intenta el pase estilo handball a una de sus compañeras parada en el centro del campo. La bocha se levanta, su compañera espera que esta le caiga pero eso no sucede nunca. La 2 Magda viene corriendo desde atrás, anticipa dando un saltito espectacular y sin pedir permiso se lleva la pelota… Con alma y vida entra a correr, se la lleva de rodillita, pechito, otra vez rodillita y cuando la arquera le sale, define con un toque suave a la red. Gol, ¿qué digo gol? GOLAZO para las chicas de rosa, que festejan como nunca la victoria parcial y aplausos de toda la tribuna que parece venirse abajo. Así las Hijas de Gepetto se ponen rápida ¿y sorpresivamente? arriba en el marcador y empiezan a ilusionarse con la posibilidad de los tres puntos y el primer triunfo del campeonato ante el puntero. “¡Qué golazo!”, se comenta y repite afuera, una y otra vez.

Ahora sí, el partido se arma.

Tras cierto desconcierto entre las verdes, la número 5 Ávalos se hace dueña de su equipo e intenta ordenar y tocar. Sole, desde el arco, interpreta bien lo que está pasando: “¡Hay que salir, chicas!”, insiste a sus compañeras pero no hay caso; la presión es mucha.

La 9 verde Schiariti gira entre dos rivales, tiene su gol pero la cierran justito. Al minuto vuelve a probar pero el remate débil es bien contenido por Sole. La 2 Magda comienza a demostrar todo su fútbol, Sole se hace líder en defensa y se vuelve a mostrar imbatible como cada fin de semana. La número 4 Cape por momentos se ve desbordada en defensa por los tiros de lejos de Ávalos pero enseguida encuentra el ritmo y el juego. La número 3 Belu completa bien la defensa y la 12 Piojita intenta organizar el contragolpe que no muchas veces sale. Después será la 8 Renata quien lo intente.

A pesar de los esfuerzos, se juega casi completamente en campo rosa. ¿Podrán zafar del empate? Con algo de suerte, mucha actitud y Sole entre los tres palos (sin ella nada de esto sería posible, ellas lo saben), el conjunto de las “camisetas buenísimas” por ahora aguanta el partido con mucho estilo y por momentos, algo de juego. La 2 Magda se hace caudillo y patrón, quita y hace jugar. A pesar de un físico chiquitito, compensa fuerza con agilidad y no hay jugadora que pueda eludirla. Ávalos, por primera vez en el torneo, ve que no todo será tan sencillo…

Es la misma Ávalos que desde lejos vuelve a probar sacando un terrible remate desde afuera y dejando a toda la cancha enmudecida ante tamaña violencia. Apenas afuera. Hay miradas cómplices entre el público como diciendo ah no, esta mina es una bestia.

Tiempo de cambios: entra la 5 Sofita por la 2 Magda que necesita el descanso, parece decir su dt también de rosa. Sofita, en su primera jugada, intenta llegar a una pelota que se escapa por la banda izquierda, no lo logra y cae peligrosamente al suelo, prueba el rigor del cemento y arrolla a los pasivos espectadores que animaban el encuentro. ¡Tremenda caída de Sofi que pide disculpas y continúa el juego rápidamente! Con estos huevos, las Hijas de Gepetto tienen buenas chances de aguantar el partido. (¿O serán ovarios? El cronista duda y continúa; serán las chicas quienes decidirán apropiarse de la palabra o inventar una nueva que designe eso: actitud, voluntad y juego).

En la siguiente, Ávalos, quién sino, desborda por derecha, se saca a una defensora de encima y saca otro terrible sablazo… Sole acompaña el remate con su mirada y... ¡Palo! ¡Terrible palo! ¡Qué partidazo estamos viendo, señores! Hombres y mujeres indistintamente se acercan a observar tan bello fútbol. Aplausos, muchos aplausos para la 5 que quiere su gol pero aún, ¿sólo aún?, no lo logra. Sole esboza una sonrisa en su rostro: sabe que en esta tuvo suerte…Mucha suerte.

La 8 verde tiene su gol tras un pase de la 5 pero se va mordido y afuera. Casi Natalia Papú se anota en la lista de goleadoras. El cuaderno señala: “Linda combinación entre 3 y 8, pero esta no se anima de zurda”, las protagonistas sabrán a quiénes se hace referencia. Tiro libre. La 5 Sofita pregunta hacia el banco: “¿Cómo hacemos barrera?”. El dt en el desconcierto intenta la explicación pero la 5 verde apura el remate y pega, sí, en la barrera.

Ya en los últimos minutos, hay una absoluta dependencia de la 5 Ávalos en el conjunto de Hasta la Victoria. “Vos quédate”, manda a su defensora Julieta le Bellot que se ríe y cuida la contra.

Fin del primer tiempo. Aplausos y más aplausos de la tribuna rosa que festeja el triunfo. De parte de las verdes, algo de agua y concentración. Charla técnica de las dos partes. Ambos conjuntos en ronda y con sus directores técnicos. Ávalos recibe la pregunta del cronista sobre el desarrollo del juego y la 5, acostumbrada a micrófonos y grabadores, devuelve la pared: “El fútbol es así viste, vos sabés”. El dt rosa, por otro lado, (curiosamente no anotado en la planilla de los planteles para la revista) se encarga de dar indicaciones para el armado de la barrera. “La tenés que acomodar vos”, le indica a su arquera estrella.

Los equipos de vuelta a la cancha y otra vez a dejar la vida.

Ávalos se escapa por izquierda, le pisa la pelota a la 5 Sofita pero esta no duda y con agresividad pone la pierna y quita al lateral. Bien por la número 5 que no se achica. Falta, tiro libre de Ávalos, hay un rebote, la 9 tiene su gol pero la Sole logra desechar el peligro. La pelota flota en el aire tras una serie de rebotes y ahí es cuando la 6 Patricia Vázquez se anima y pone el tremendo frentazo que pareciera señalar por aquí no pasarán. Sorpresa y aplausos del público.

El segundo tiempo se presenta más peleado, sin tantas situaciones claras y más faltas. La 10 rosa Manuela intenta el juego ahora en su equipo pero no está fácil. Sole vuelve a taparle un remate a la 9 Schiariti y confirma su liderazgo. La 7 Maldo aparece en el frente de ataque y sola se fabrica sus ataques, con más garra y corazón que juego. Parece siempre cerca de la definición y el gol pero no, por ahora son solo insinuaciones…

Sin embargo, todas las jugadores son partícipes de un duelo claro, clarísimo, entre Magda y Ávalos. Ahí está el partido. Ellas lo saben; se prueban, se miden y evalúan. Ávalos intenta de afuera de puntín pero no hay caso. En la siguiente intenta el amague pero la 2 Magda quita con estilo, demasiado estilo, y llueven los festejos.

Promediando el segundo tiempo, y como inevitablemente sucede, la mirada posada en el partido afloja y se distrae. En eso se ubica en la tribuna y algo jamás observado por mis ojos futboleros en años de torneos se presenta. Veo una hilera de compañeras situadas al calor de la línea del lateral, todas o casi todas gritando desaforadamente, salpicando saliva y vociferando vaya a saber qué vocablos extraños; una fuerza colectiva en la cancha de cemento desconocida hasta entonces. Cierro los ojos y los vuelvo a abrir. Me los refriego. Es cierto: las chicas al fin están descubriendo que no hay, que no habrá nada como la unión con tu equipo, el placer de cortar un pase, de construir una jugada, de ponerle un pase a tu amiga para que defina y grite el gol desaforadamente. Que no hay ni habrá nada como el fútbol y su después.

En eso, un comentario extraño llega a mis oídos: “Muy buenas las medias de la 10 rosa, me encantan” (las medias son violetas con detalles rosas). Y sí, el comentario confirma que el fútbol femenino atrae público de todas las edades, intenciones y colores…

Pero volvamos. En el verde se nota cada vez más la falta de juego asociado; las asociaciones son allí intermitentes. En las chicas de Gepetto hay juego, y mucha voluntad, que es lo primero, pero no lo único. Es que en este partido aparece algo nuevo. Se nota, se empieza a vislumbrar algo más que simples ganas: un cierto funcionamiento. Las jugadoras como piezas de algo mayor, cierta impersonalidad en el equipo, algo digno de trascender los domingos y las bondiolas…

Mano de Sofita que se deschava con el gesto. Tiro libre de la 5, pega en Sofi. Luego, combinaciones interesantes se suceden entre la 10 y la 12 rosas. La pelota, otra vez, queda en el aire, y ahora es la 5 la que pone el frentazo y rechaza el peligro. Afuera se escucha: “La 2 y la 5 son los estandartes del equipo”, y una respuesta: “No te olvides de la arquera”.

Mientras tanto, el partido.

Ávalos vuelve a probar, esta vez de zurda. Apenas desviado. “Uhhhhhhhhhhh”, llueve desde la excitada tribuna.

Y de pronto, faltando nada más que instantes, la 2 Julieta Lancella se escapa por derecha, filtra el pase para el medio, las defensores que se duermen y la 5 Ávalos que define entre las piernas de Sole… Gol, golazo para las chicas de Hasta la Victoria que ponen el partido en tablas. En los festejos, la 5 agradece a su compañera el envío y con la misma potencia que puso en el juego la abraza y se le tira arriba y casi que la hunde en el cemento, pero no es nada. Están enajenadas las verdes, y con razón: fueron en busca del empate y lo consiguieron.

Uno a uno entonces y no hay tiempo para más.

Los dos conjuntos se saludan, olvidan tibios rencores propios del juego y se retiran satisfechos del campo.

Las chicas de camiseta chicle nunca corrieron tanto como hoy y demostraron que están para crecer: la derrota del debut hoy queda bien enterrada, sepultada en el olvido. Con dos empates al hilo, se prenden al campeonato. Había escrito Martin Scaglia la semana pasada: “Las hijas de Geppetto son puro sacrificio y entrega, juego colectivo, solidario, aún no les luce del todo el fútbol pero futuro hay de sobra”. Hoy se puede decir que el futuro llegó… o al menos está cerca cerquita. Por el otro lado, las de Hasta la Victoria supieron jugar en campo contrario y hacer figura a su arquera rival, que no es poco. Ávalos, otra vez, demostró toda su jerarquía e hizo temblar a las espectadoras que ahora dudan de presentarse cuando les toquen las muchachas de verde...

En los rostros cansados, en los cachetes rosados de ambos conjuntos, se nota: de a poco las compañeras, en otros momentos dudosas y hasta críticas de este bello deporte colectivo, se van enamorando del fútbol como quien no quiere la cosa… El punto que se repartieron los equipos después del pitido final pasa a segundo plano, ahora lo que importa es toda la cantidad de minutos que llenarán las protagonistas entre semana con charlas sobre este tremendo partidazo.

Y cuando todo pareciera esfumarse: “¡Qué gol de mierda! ¡¡Qué cerca de ganar estuvimos!!”, se escucha de fondo. Risas y más risas. Y el placer de haberlo dejado todo.


Goles:

1-0: 2 Magda (Las Hijas de Gepetto)
2-0: 5 Ávalos (Hasta la Victoria’s Secret)

Hasta la Victoria’sSecret:

1 LailaSimsolo 8,5
2 Julieta Laucella 8
4 Julieta Le Bellot 7
5 Jimena Ávalos 9,5
6 Patricia Vázquez 7
7 Julieta Ruz 7
8 Natalia Papú 7
9 Sofía Schiariti 8

Las hijas de Gepetto:

89 Sole 9
2 Magda 10
3 Belu 7,5
4 Cape (Lucía) 7,5
5 Sofita 9
7Maldo 8
8 Renata 7,5
9 Mariel 7,5
10 Manuela 7,5
12 Pioja (Victoria) 7,5
22 Olga 7,5

(Viene de Campo de Juego)

miércoles, 3 de abril de 2013

De pescadillas y lunas llenas

El viento norte sopla fino y sereno, sin apuro pero persistente. Las olas insisten, se arman y desarman sin fin ni comienzo en la leve pendiente de la orilla. La luna llena se atreve de a poco, como con verguenza; despacio comienza a salir por detrás y a ubicarse cada vez más arriba. El reflejo del agua la dibuja. Parecen metros nada más; uno si estirase la mano parecería poder tocarla, acariciarla, y hasta abrazarla.

Eso es justo lo que piensa el pescador que la observa con atención y el mismo asombro de todas las noches en las que decide salir a pescar y no hay nubes que le impidan su maravillosa contemplación. La figura negra del hombre, su pequeña sombra, contorno y figura completan una noche fría de abril y aunque no hay silencio la cadencia del ir y venir del mar que nunca se cansa, el viento que irrumpe en sus orejas y pareciera entrar por un lado y salir por el otro, transportan al viejo, lo trasladan a otra dimensión. A una realidad que, como el agua helada en sus carnosos pies tibios, lo hace sentirse vivo y hasta un poquito más, joven quizás.

Por el dedo índice de la mano derecha el viejo siente el mar moverse, agitarse y contraerse. El hilo tenso, su mirada atenta, la senbilidad intacta, el hombre acecha a través de su caña. Y espera. A veces lleva la caña para atrás y recoge, se adentra unos metros más en tan furiosa inmensidad y vuelve a lanzar con el ánimo de llegar siempre un poquito más atrás, detrás de la segunda rompiente, allí donde los peces grandes buscan a los pequeños. Cada tanto sale del agua, ubica la caña entre sus piernas y vuelve a encarnar y esto es siempre para festejar y renovar optimismos. Que desaparezca la carnada, aún pudiendo deberse simplemente a la marea y su fuerza, siempre es buen síntoma: quizás, quién sabe, algún pez jugó con astucia; quizás, quién lo pudiera confirmar, el viejo durmió.

En su séptimo tiro, más de dos horas después del primero, la luna en las alturas observándolo, el hombre siente algo extraño. De pronto, la regularidad de las olas se interrumpe, la caña suspende su típico movimiento. Él se pone alerta; más. Los lejanos pensamientos del pescador se sacuden, se borran como la espuma de la orilla, se desvanecen como el sonido de una ola que se rompe y vuelve a nacer. Las dos manos ahora toman la caña, la mente y los sentidos dispuestos a sentir el más mínimo movimiento, el más insignificante toque en la línea.

El toque que sintió podría llegar a ser de un pez, de un gran pez, aunque seguramente se trate de una ola, otra ola, que recién, y como hace minutos nada más, logre arremeter la plomada y con ella los dos anzuelitos y los pedazos de carnada que le cuelgan.

La vista en lo más alto de la caña de dos metros y medio complementan la sensibilidad de sus dedos. Pasan cinco, diez segundos y cuando la adrenalina del primer aparente pique de esta fría noche de abril pareciera casi extinguirse, nuevamente un sacudón, un leve pero inconfundible y preciso tuc tuc que el pescador siente a través de sus cayosas manos pero que recupercute y se expande por todas sus células, que lo invaden y lo llevan a actuar. No hay dudas, se responde el viejo en la orilla con los pantalones arremangados: es un pez y uno grande y hasta quizás inmenso. O eso pareciera decirse cuando la acción de tirar la caña furiosa y secamente para atrás se sucede.

A partir de ahí, el diálogo, la triste conversación entre el pescador y su presa.

El viento chilla, una ola rompe a metros nada más y lo salpica completamente, la caña se arquea, la punta, por ahora, resiste. Así pez engañado y hombre inician la lucha que decidirá sus suertes; la luna llena, espectadora de lujo de la contienda, observará desde arriba y cómplice callará y se irá para volver a acompañar al viejo mañana. Para volver a guiar al pez en la oscuridad de las profundidades. El pez seguirá pez o será pescado; el pescador tendrá su presa o sufrirá hambre. La lucha a simple vista puede ser desigual, pero el final, hasta que el hombre no tome el animal en sus manos, hasta que no lo asegure con el filo de su cuchilla, es irresolublemente incierto. El hombre lo sabe, la luna también. El pez, tironeado por una fuerza que no entiende, tan sólo apela a sus instintos. Como el hombre, apenas busca sobrevivir, seguir existiendo.

El hombre desarrolla todas sus mañas, recuerda sus experiencias pasadas. Con la mano izquierda trae ahora el hilo de a poco. El ruido de este enrrollándose en el reel rompe la monotonía; la mano derecha mueve la caña para arriba y para abajo suave pero constantemente. A veces la izquierda se detiene, el pez la obliga y así gana sus metros. El pescador cada vez más siente su peso, su viva potencia, su incontenible deseo de vida. Despacio, sabe que un golpe brusco puede romper la línea o el pez desprenderse de la trampa. Paciencia, se exige. De a poco el pez se acerca.

A metros de la posición del viejo, el primer contacto se sucede. El lomo plateado del animal que brilla con la luz de la luna se presenta y aunque el viejo no consigue verlo su presencia en la superficie confirma la pelea, le otorga materialidad. Él puede cortar la línea en cualquier momento, piensa, se preocupa, el pescador que muchas veces, aún sabiéndolo y por el dejarse llevar de la situación y de quién sabe qué misteriosa hormona o fuerza vital, ha forzado y apurado el final con la consecuencia lógica de la línea que se corta y el pez y el premio a sus largas horas de espera, a sus largas horas tirando y recogiendo, encarnando y trayendo una y otra vez, que se pierden. Si es la suerte o la habilidad, no lo sabe ni le importa, sólo intenta concentrarse y no errar. Y no volver a errar.

"La pesca es esto. La pesca en el mar es ver los los dibujitos cuando la olla llega y se va, y los globitos y la espuma en la arena, las nubes surcando los cielos y creando figuras inciertas, una gaviota flotando, suspendiéndose en el aire y cayendo de repente, y además, mirá si pescás algo". Eso cuando al viejo la poesía le fluye, que es seguido pero no siempre; otras veces la pesca es sólo paciencia y disfrutar del paisaje, cierto singular contacto con la naturaleza.

Así que esta vez no hay apuro, se insiste el viejo. El pez comienza a agotar sus fuerzas, la tensión del hilo lo expresa. La victoria está cerca, cada vez más. El animal segundos después se presenta extenuado encima del agua, flotando derrotado y el desenlace se decide por uno de los bandos. El viejo logra enrrollar toda la tanza y levanta su caña. Con sus manos grandes toma el hilo y observa al pez. Una pescadilla o una corvina de kilo, kilo y medio, o más. Una mano en la caña, la otra en la línea,el hombre gira y camina hacia sus cosas, se aleja finalmente del mar, y agarra uno de sus cuchillos más filosos.

El anzuelo clavó perfecto, piensa, al ver intacta la anchoa en el anzuelo más alejado de la plomada y el pequeño filo metálico apenas sosteniéndose en sus labios. La mano derecha entonces se levanta y vuelve a bajar con certeza y velocidad, no sin antes volver a observar al pez y sorprenderse por tamaña belleza, no sin antes alabar cientos de miles de millones de años de una curiosa evolución que él todos los días se pregunta si es cierta.

Ahora el pez no se mueve. El hombre lo toma por la cabeza, quita el anzuelito de su boca y lo arroja a una de sus bolsas vacías. Terminado el asunto, toma el trapo sucio que siempre lo acompaña y frota sus manos, algunas escamas se desprenden y caen al suelo. Mañana lo limpiará y lo asará en la parrilla o lo hervirá con papas y verduras de acuerdo a su deseo. Lo cierto es que aproximadamente a las 23.40 de la noche el hombre toma sus cosas: las anchoas que no usó de carnada, el trapo y la línea de respuesto, y se larga a caminar por la playa. Quinientos metros recorrerá hasta su casa, con la luna de compañera y un mar que con las olas pareciera querer decirle algo que aún no sabe bien qué.