miércoles, 3 de abril de 2013

De pescadillas y lunas llenas

El viento norte sopla fino y sereno, sin apuro pero persistente. Las olas insisten, se arman y desarman sin fin ni comienzo en la leve pendiente de la orilla. La luna llena se atreve de a poco, como con verguenza; despacio comienza a salir por detrás y a ubicarse cada vez más arriba. El reflejo del agua la dibuja. Parecen metros nada más; uno si estirase la mano parecería poder tocarla, acariciarla, y hasta abrazarla.

Eso es justo lo que piensa el pescador que la observa con atención y el mismo asombro de todas las noches en las que decide salir a pescar y no hay nubes que le impidan su maravillosa contemplación. La figura negra del hombre, su pequeña sombra, contorno y figura completan una noche fría de abril y aunque no hay silencio la cadencia del ir y venir del mar que nunca se cansa, el viento que irrumpe en sus orejas y pareciera entrar por un lado y salir por el otro, transportan al viejo, lo trasladan a otra dimensión. A una realidad que, como el agua helada en sus carnosos pies tibios, lo hace sentirse vivo y hasta un poquito más, joven quizás.

Por el dedo índice de la mano derecha el viejo siente el mar moverse, agitarse y contraerse. El hilo tenso, su mirada atenta, la senbilidad intacta, el hombre acecha a través de su caña. Y espera. A veces lleva la caña para atrás y recoge, se adentra unos metros más en tan furiosa inmensidad y vuelve a lanzar con el ánimo de llegar siempre un poquito más atrás, detrás de la segunda rompiente, allí donde los peces grandes buscan a los pequeños. Cada tanto sale del agua, ubica la caña entre sus piernas y vuelve a encarnar y esto es siempre para festejar y renovar optimismos. Que desaparezca la carnada, aún pudiendo deberse simplemente a la marea y su fuerza, siempre es buen síntoma: quizás, quién sabe, algún pez jugó con astucia; quizás, quién lo pudiera confirmar, el viejo durmió.

En su séptimo tiro, más de dos horas después del primero, la luna en las alturas observándolo, el hombre siente algo extraño. De pronto, la regularidad de las olas se interrumpe, la caña suspende su típico movimiento. Él se pone alerta; más. Los lejanos pensamientos del pescador se sacuden, se borran como la espuma de la orilla, se desvanecen como el sonido de una ola que se rompe y vuelve a nacer. Las dos manos ahora toman la caña, la mente y los sentidos dispuestos a sentir el más mínimo movimiento, el más insignificante toque en la línea.

El toque que sintió podría llegar a ser de un pez, de un gran pez, aunque seguramente se trate de una ola, otra ola, que recién, y como hace minutos nada más, logre arremeter la plomada y con ella los dos anzuelitos y los pedazos de carnada que le cuelgan.

La vista en lo más alto de la caña de dos metros y medio complementan la sensibilidad de sus dedos. Pasan cinco, diez segundos y cuando la adrenalina del primer aparente pique de esta fría noche de abril pareciera casi extinguirse, nuevamente un sacudón, un leve pero inconfundible y preciso tuc tuc que el pescador siente a través de sus cayosas manos pero que recupercute y se expande por todas sus células, que lo invaden y lo llevan a actuar. No hay dudas, se responde el viejo en la orilla con los pantalones arremangados: es un pez y uno grande y hasta quizás inmenso. O eso pareciera decirse cuando la acción de tirar la caña furiosa y secamente para atrás se sucede.

A partir de ahí, el diálogo, la triste conversación entre el pescador y su presa.

El viento chilla, una ola rompe a metros nada más y lo salpica completamente, la caña se arquea, la punta, por ahora, resiste. Así pez engañado y hombre inician la lucha que decidirá sus suertes; la luna llena, espectadora de lujo de la contienda, observará desde arriba y cómplice callará y se irá para volver a acompañar al viejo mañana. Para volver a guiar al pez en la oscuridad de las profundidades. El pez seguirá pez o será pescado; el pescador tendrá su presa o sufrirá hambre. La lucha a simple vista puede ser desigual, pero el final, hasta que el hombre no tome el animal en sus manos, hasta que no lo asegure con el filo de su cuchilla, es irresolublemente incierto. El hombre lo sabe, la luna también. El pez, tironeado por una fuerza que no entiende, tan sólo apela a sus instintos. Como el hombre, apenas busca sobrevivir, seguir existiendo.

El hombre desarrolla todas sus mañas, recuerda sus experiencias pasadas. Con la mano izquierda trae ahora el hilo de a poco. El ruido de este enrrollándose en el reel rompe la monotonía; la mano derecha mueve la caña para arriba y para abajo suave pero constantemente. A veces la izquierda se detiene, el pez la obliga y así gana sus metros. El pescador cada vez más siente su peso, su viva potencia, su incontenible deseo de vida. Despacio, sabe que un golpe brusco puede romper la línea o el pez desprenderse de la trampa. Paciencia, se exige. De a poco el pez se acerca.

A metros de la posición del viejo, el primer contacto se sucede. El lomo plateado del animal que brilla con la luz de la luna se presenta y aunque el viejo no consigue verlo su presencia en la superficie confirma la pelea, le otorga materialidad. Él puede cortar la línea en cualquier momento, piensa, se preocupa, el pescador que muchas veces, aún sabiéndolo y por el dejarse llevar de la situación y de quién sabe qué misteriosa hormona o fuerza vital, ha forzado y apurado el final con la consecuencia lógica de la línea que se corta y el pez y el premio a sus largas horas de espera, a sus largas horas tirando y recogiendo, encarnando y trayendo una y otra vez, que se pierden. Si es la suerte o la habilidad, no lo sabe ni le importa, sólo intenta concentrarse y no errar. Y no volver a errar.

"La pesca es esto. La pesca en el mar es ver los los dibujitos cuando la olla llega y se va, y los globitos y la espuma en la arena, las nubes surcando los cielos y creando figuras inciertas, una gaviota flotando, suspendiéndose en el aire y cayendo de repente, y además, mirá si pescás algo". Eso cuando al viejo la poesía le fluye, que es seguido pero no siempre; otras veces la pesca es sólo paciencia y disfrutar del paisaje, cierto singular contacto con la naturaleza.

Así que esta vez no hay apuro, se insiste el viejo. El pez comienza a agotar sus fuerzas, la tensión del hilo lo expresa. La victoria está cerca, cada vez más. El animal segundos después se presenta extenuado encima del agua, flotando derrotado y el desenlace se decide por uno de los bandos. El viejo logra enrrollar toda la tanza y levanta su caña. Con sus manos grandes toma el hilo y observa al pez. Una pescadilla o una corvina de kilo, kilo y medio, o más. Una mano en la caña, la otra en la línea,el hombre gira y camina hacia sus cosas, se aleja finalmente del mar, y agarra uno de sus cuchillos más filosos.

El anzuelo clavó perfecto, piensa, al ver intacta la anchoa en el anzuelo más alejado de la plomada y el pequeño filo metálico apenas sosteniéndose en sus labios. La mano derecha entonces se levanta y vuelve a bajar con certeza y velocidad, no sin antes volver a observar al pez y sorprenderse por tamaña belleza, no sin antes alabar cientos de miles de millones de años de una curiosa evolución que él todos los días se pregunta si es cierta.

Ahora el pez no se mueve. El hombre lo toma por la cabeza, quita el anzuelito de su boca y lo arroja a una de sus bolsas vacías. Terminado el asunto, toma el trapo sucio que siempre lo acompaña y frota sus manos, algunas escamas se desprenden y caen al suelo. Mañana lo limpiará y lo asará en la parrilla o lo hervirá con papas y verduras de acuerdo a su deseo. Lo cierto es que aproximadamente a las 23.40 de la noche el hombre toma sus cosas: las anchoas que no usó de carnada, el trapo y la línea de respuesto, y se larga a caminar por la playa. Quinientos metros recorrerá hasta su casa, con la luna de compañera y un mar que con las olas pareciera querer decirle algo que aún no sabe bien qué.

5 comentarios:

  1. gracias Darío por esta pinturita!
    es maravilloso leer tus relatos!

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  2. Qué buen relato! felicitaciones!

    Yo lo cocinaría con salsa, queso y unas buenas papas jaja, qué rico!!!

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  3. Valió la pena la espera, Daro. Muy bueno, logré meterme por completo en la situación (y que bien se sintió)
    La luna, fiel compañera. Jamas permite que estés solo. Gracias por eso.
    Si, rara forma de comunicarnos...pro tiene su encanto, no?

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  4. Gracias María, Antonella y Florci. Creo que hace rato no escribí algo con tanto gusto como esto. Florci, veremos qué sucede con tanta presión!

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