lunes, 4 de marzo de 2013

El viejo de la estación

Todos los días él se levanta, se pone los zapatos negros, pantalón de vestir y camisa y camina hasta la estación. Meticulosamente, ocupa el mismo lugar en la sala de espera de los colectivos. El mismo asiento, el mismo sitio: el quinto de la primera fila. Verde. Allí pasa todo el día, observando fijamente las pantallas donde figuran los arribas y las partidas, las horas y los segundos. El mismo televisor cotidianamente observa. Uno de los tres de la sala. El mundo entero, personas y pasajeros, se mueve a su alrededor, la vida misma transcurre, días y años, mientras él permanece inmóvil, fija su mirada. Los números le interesan. Parece ser lo único que tiene sentido para él. Números y distancias, horarios y llegadas tarde. No hay trayecto que no sepa, itinerario que no conozca. El frenesí y la abstracción de su mirada exteriorizan su esfuerzo por abarcarlo todo, por memorizar cada uno de esos detalles. ¿Por encontrar la regla, la norma? El viejo piensa que detrás de las cifras y letras que se renuevan hay un mensaje, un código que sólo él nota y puede descifrar. Una regla, una norma, no sabe bien qué, pero espera encontrar lo que allí se esconde; encontrar una regularidad que signifique algo, que le signifique algo. Un coche que desaparece, un conductor que cambia, un colectivo que se retrasa o no llega, diez, quince minutos, horas... Todas preguntas que no puede resolver. Muecas extrañas y frases inteligibles expresan su intento de darle coherencia a lo aleatorio, de hallar una extraña razón donde parece no haberla.

1 comentario:

  1. Me encanta que cuentes tantas historias diferentes de tantas personas diferentes. Y las contas de tal forma que te imagino observandolos por horas, meticulosamente y grabandote a esa persona por siempre. Es realmente muy lindo, llevarte un poquito de cada uno y al escribirlo hacerlos eternos.

    ResponderEliminar