Fuerte, para cualquiera que vivió la mayor parte de su vida dentro del menemismo, en el más absoluto neoliberalismo, apatía política e individualismo.
.La película desarrolla una enseñanza de las ciencias sociales y la utiliza de manera impecable: más de treinta años después, la película no busca destacar buenos y estigmatizar supuestos malos, sino adentrarse en las decisiones y elecciones de aquellos que actuaron en ese entonces. De aquellos que actuaron, portaron armas, tiraron tiros y murieron pero también festejaron y amaron.
Y crecieron, como el protagonista principal del film, Juan, desde cuyo punto de vista se reconstruye su infancia, pero también, y a través suyo, la historia de una generación, una época y un país.
Como otras películas argentinas, el film de Ávila transcurre durante la dictadura, en el año 1979, y tiene como trasfondo la decisión, errada políticamente o no, cada uno evaluará (la película no busca ponerla en discusión, pero sí al menos sobre la mesa), por parte de Montoneros de lanzar la "contraofensiva", proponiendo una guerra total al régimen que se creía, ya estaba en retirada y en decadencia.
Algo que la abuela, siempre en el país, descreerá: "No entiendo por qué volvieron al país, justo en este momento".
Imposible que las lágrimas no se escurran durante la narración, algo que sin embargo ocurre nunca por golpes bajos, sino por las actuaciones brillantes de los actores y los abrazos de sus protagonistas. Para el desprevenido, el ingenuo, o el que poco ha preguntado, las tavicaciones lo sorprenderán, la jerarquía militar le parecerá exegerada y el "están cantando", quizás una pelotudez. Las citas fallidas, una extraña cuestión. Los exilios, una rareza. Pero nada estará exgerado, todo esto pasó.
Para otros, tristemente -una tristeza profunda, casi indescriptible-, la película será una más, de un discurso y un proyecto hegemónico, mentiroso y manipulador. Una película argentina, otra más que transcurre durante la dictadura, que nada agrega y machaca sobre algo que "ya pasó", como si ir para adelante no implicase, también, y cada vez más, ir para atrás.
Quizás, el llanto, la piel de gallina en los más jóvenes, o por lo menos en mí, se deba -como lei de Jose Natanson- al recuerdo de etapas que no vivimos, de derrotas que no sufrimos y tragedias que no atravesamos, pero que sin embargo nos constituyen y tenemos, queramos o no, como mochila en la espalda.
Dos diálogos brillantes: el de la madre (Natalia Oreiro) con la abuela (Cristina Vanegas) y el del padre (César Troncoso) con el tío (Ernesto Alterio).
En definitiva, es la historia de Ernesto, un pibe que crece con todo esto alrededor, que mira sus primeras tetas, que da su primer beso, se masturba y se enamora por primera vez en este contexto frío. La historia de muchos, la historia del hermano del director.
(Si alguien aún no la vio, deje de leer en este preciso momento).
La duda es eterna, la contradicción es eterna: ¿somos lo que hicieron de nosotros? ¿somos lo que decidimos ser? ¿Somos lo que nos dejaron? La última escena tiene el mérito de quedarse ahí por semanas, preguntándonos y cuestionándonos quién carajo somos y por qué.
Cuando la abuela pregunta, la respuesta del protagonista es un flechazo a cada uno de los espectadores:
-Soy Ernesto.
-Soy Juan.
Podría responder, pero el muchacho elige la segunda.
¿Elige?
¿Su respuesta es un fracaso político?
Quien les escribe piensa que por ahí Juan y Ernesto, Ernesto y Juan, porque las dos cosas son él, algo que no podrá cambiar jamás, podría haber respondido:
-Soy yo.
Pero no. Soy Juan, dice.
***
"La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos".
Los fantasmas del pasado, inevitablemente, estarán allí. Los cientos de compañeros, también. En la sala, en cada uno de los presentes. La película no es una que pueda verse sentado desde casa un día de lluvia. Es una que amerita, precisa y a la vez resulta una experiencia colectiva.
Muchos, en la sala, llorarán como chicos. Recuerdos raros, uno se imagina. El que no lo vivió. Tristes, pero también quizás, y tras la película, algunos felices. Algunos besos, algunos amores, algunas caricias, algunos asados.
Pero más allá de todo, la película transmite por sobre todas las cosas amor. Amor entre los hermanos, entre la abuela y la madre, amor en los sueños. Amor como transmite el tío que pareciera ser Cámpora en el 73, cuando le dice al pibe que en definitiva "no hay nada en el mundo mejor que las minas" y que el amor no es más que eso.
Maní con chocolate.